Cuando la ética se viste de gala para los demás

Cuando la ética se viste de gala para los demás

Aunque intentamos olvidarle es imposible. Él está ahí, cual verdugo, dispuesto a pasarnos factura cuando menos lo imaginamos. Y siempre, por más que le demos la espalda, suele conseguirlo.

 Eso, al parecer, es lo que le ha pasado al diputado Julio Romero, del PRD: su pasado, ese que atribuye a las malas lenguas que quieren acabar con su carrera política, podría estarle jugando una terrible pasada.

Sin aventurarnos a acusarle, porque jamás nuestra intención será convertirnos en jueces de nadie, llama la atención que ya sean tres las mujeres que le acusen de violación. Jóvenes, inexpertas y vulnerables, cada una cuenta una historia vestida de horror.

Todas deben ser investigadas hasta las últimas consecuencias.

Amén de que lo que arrojen esas investigaciones, que esperemos terminen en la justicia, hay algo que no se puede pasar por alto: Romero fue uno de los diputados que votó a favor del artículo 30 cuando fue sancionando por la Asamblea Revisora.

 Él, un hombre  que está en los tribunales por negarse a mantener a un hijo, es de los que nos ha dicho que nosotras no tenemos derecho a decidir si vamos a parir o no.

Pero  el aborto, ese hecho que han tildado de abominable sin importar las circunstancias, ¿no es menos cruel  y antiético que negarle el alimento a alguien que ya ha nacido?

Como suele suceder, el Congreso se viste gala para hablar de ética sin pensar en el pasado que arrastra cada uno de sus asambleístas.

Es que, por aquello de que el olvido tiene mucho de conveniencia, normalmente uno sólo recuerda los capítulos alegres del ayer.

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