Cuando la historia es el cuento

Cuando la historia es el cuento

CARMEN IMBERT BRUGAL
Mejor contar un cuento. El cuento no precisa investigación, ni lo dicho se cuestiona. Se repite sin necesidad de pruebas o contradicciones. Tantos cuentos tiene la historia, que la historia se convierte en cuento. Las generaciones venideras podrán escoger entre el cuento y la historia y, tal vez, gane el cuento. El trabajo del historiador semeja el del juez, aunque el primero no juzga sino que escruta, evalúa, investiga, coteja.  La historia de la tiranía y del tiranicidio se ha escrito entre cuento y cuento.

La impronta autoritaria, minó el ánimo de sobrevivientes y victimarios. Muchos prefirieron la injuria, la amenaza, en lugar de enfrentar la dolorosa realidad. Alejados del país, pensaron innecesario hacer aclaraciones pertinentes. Sainetes privados los separaban de los menesteres patrios, apostaron a que nadie tendría argumentos para refutar el encubrimiento, subrayar la indiferencia, las filiaciones, los privilegios, el intento de controlar información.

Después del 30 de mayo del 1961, las acciones de allegados y familiares de los involucrados, reales o supuestos, expusieron sus miserias, hijas del miedo y de las debilidades. Estaban aterrados. Eran cómplices de la vesania, vivieron disfrutando del poder, glorificando la era, participando en el festín que creían eterno. Mientras los parientes desaparecían, sufrían torturas inenarrables, o los esbirros repetían sus nombres, esposas, hijos, hermanos, cuñados, acudían, presurosos, a las oficialías de estado civil para cambiar nombres y apellidos, negar parentescos. Otros, visitaban oficinas de abogados para iniciar procesos de divorcios y la publicación coincidía con la agonía del demandado. Hubo madres delatoras, revelaban escondites, denunciaban. Todos intentaban protegerse. Aprendieron, durante la satrapía, el sálvese quien pueda.

En aquel momento de incertidumbre, esos ciudadanos, fieles y despreocupados durante treinta años, obedecían los dictados del pavor, de la lealtad y la astucia. Intuir, por ejemplo, que Ramfis y los hermanos del tirano, mantuvieran el poder, obligaba la comisión de vilezas.

Los conjurados fueron colaboradores de la tiranía. La mayoría de los representantes del antitrujillismo militante, ideológico, fue exterminada. Existe un antitrujillismo coyuntural, uno simbólico y opulento, que ha dedicado sus energías a repartir heroísmos y perdones. Hoy, cualquiera con nostalgia de sus charreteras y del boato, reclama deudas de honor, sin vergüenza ni arrepentimiento. Pretenden y consiguen, imponer distorsiones y reescribir la historia.

Los avatares posteriores al tiranicidio, permitieron una sentencia; lo demás quedó en el limbo. El Consejo de Estado, a través de su Director de Seguridad, realizó trabajos de investigación importantes. Logró esclarecer asesinatos y desapariciones, aquello quedó en archivos. Otros asuntos ocupaban el tiempo de herederos y supérstites. Descubrían cómo aprovechar el amparo del Estado.

La confusión persiste, sin que la serena evaluación de la historia ayude a deshacer entuertos. Continúan los dimes y diretes, la murmuración aviesa entre minorías reverentes al «jefe», aunque disimulen con jaculatorias tardías y mendaces. Las reyertas son feroces entre presuntos partícipes. Más que perseguir a los torturadores y asesinos, a los delatores, sostienen una polémica soterrada los que se sienten legatarios de protagonismos. Es el regateo de la gloria, como si estuvieran insatisfechos con tanta complacencia y tanto goce del erario, de canonjías mendingadas y concedidas.

De tiempo en tiempo, una nueva publicación, con visos de historia, acoteja hechos deleznables, dependiendo la adscripción de los autores. Las voces sin patrocinio, guardan sus expedientes. Algunos historiadores optan por validar hipótesis prestadas. Desdeñan análisis distintos, no quieren controvertir evidencias, prefieren ajustarlas a sus conjeturas y complacer. Descalifican testimonios, confesiones. Critican el origen trujillista de las pruebas, arguyen venganza, sin embargo, reivindican las mismas fuentes, de manera antojadiza.

El gran secreto es que no hay secreto. Sólo omisiones, rabia y deseos de retorcer la historia, por inconveniente. Textos van y vienen y el sonsonete es igual. R.A Font Bernard usaba un baremo para medir la capacidad de resistencia de quienes acudían a él para averiguar actuaciones de algún familiar, durante la tiranía. Aquel hombre sagaz, con su proverbial habilidad, comenzaba a contar, sin enmienda, una anécdota alusiva a la persona que sabía ligada a quien quería el dato. Si el interés continuaba, a pesar de la crudeza del relato, proseguía, con su particular estilo epigramático.

Es difícil comprender y asumir, los errores de la parentela, pero es mejor aceptarlos, que encubrirlos con fábulas.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas