Cuando la Iglesia habla, tiembla la tierra. Son sus representantes, sus emisarios los que hablan en su nombre, en nombre de Cristo Jesús que una vez, conforme lo atestigua la Sagrada Biblia tentado por sus enemigos al presentarle una moneda que tenía el rostro del César para que se pronunciara si el pueblo judío debía obedecer su mandato, Jesús, más avezado y sabio que todos los sabios, volteando la otra cara de la moneda respondió: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.” En otro pasaje de la Biblia se lee que Jesús, ya condenado a muerte, a un cuestionamiento de su juzgador, serenamente le contesta: “Mi reino no es de este mundo, si de este mundo fuera….”
Pero eran otros tiempos; con la vida, los tiempos cambian y es lógico que así fuera. Hoy la Iglesia católica no es igual a la creada por Jesús, el Mártir del Gólgota, cuando le dice a Pedro, uno de sus amados apóstoles, que le negara tres veces: “Pedro, tú eres piedra y sobre ti edificaré mi Iglesia”, que fue duramente perseguida, humillada, maltratada, aportando miles de mártires inocentes, fieles creyentes en Cristo Jesús, desde Nerón hasta el emperador Constantino, cuatro siglos después, que hizo público su Edicto de Milán, concediéndoles a los cristianos “el libre ejercicio de su culto y le restituía templos y bienes”, convirtiendo a esa Iglesia perseguida en una Iglesia universal, poderosa, Católica y Romana, dando inicio a una batalla por su hegemonía absoluta, no muy santa, contra enemigos y no creyentes, con sus héroes, heroínas y despiadados emisarios, (Umberto Eco, El Nombre de la Rosa).
Hoy la Iglesia habla no solo en nombre de Dios, también en nombre de su pueblo, lo que es muy loable, interpretando sus sentimientos, hastiada de tantos abusos y ofensas, de tantas amarguras y miserias, hace suyo el clamor de justicia, equidad, progreso y bienestar, anteponiendo estos nobles fines y principios a sus intereses particulares, contrario a “las manifestaciones cristianas” y predicas para impedir y derrocar posteriormente la única democracia auténtica sostenida por Bosch durante sus siete meses de gobierno institucional y moralizante. A fin a su valiente Carta Pastoral que encaró finalmente la férrea dictadura de Trujillo luego de sostener excelentes relaciones con el tirano. Pero esa es otra historia. Dejémosla descansar.
Hoy asistimos a un concierto de voces clericales bien orquestadas, abrazadas a los ideales de una verdadera democracia, al respeto de los legítimos derechos del pueblo, la independencia de los poderes del Estado, el cese de la corrupción y la impunidad que reclama un cambio sustancial de un sistema de gobierno y de partido que “amenaza con una dictadura” según lo testimonia monseñor Francisco Ozoria y su coro de voces autorizadas, a las que el presidente Medina Sánchez, resbala como tal estado de cosas denunciadas no tuviera nada que ver con su gestión y nos tiende en Semana Santa su ramo de olivo, de amor y paz: “Integrarnos como familia, como ciudadanos comprometidos con el porvenir del país, que debe inducirnos a la necesidad de ser mejores seres humanos.”