La izquierda dominicana está prácticamente muerta. Como recurso revolucionario para cambiar las estructuras sociales y como cultura o visión de la vida.
En 1978, con el ascenso al poder del Partido Revolucionario Dominicano y don Antonio Guzmán Fernández, nuestra izquierda empezó a morir. Muchos de sus líderes y partidos quedaron sin banderas de lucha. Joaquín Balaguer había bajado las escalinatas del Palacio Nacional y con él sus viejos métodos heredados de la Era de Trujillo, una que ayudó a construir y a mantener en el poder.
Antonio Guzmán se llevó de varios plumazos la oficialidad militar y policial que perseguía la izquierda y abrió las puertas de las cárceles para poner fin al martirio de los cientos de presos políticos.
Varios de los líderes de izquierda empezaron a convivir con el PRD y a conocer otras maneras de vivir y de hacer política. Después llegó el derrumbe del Muro de Berlín, en 1989, y todo cayó de manera estrepitosa.
Las viejas teorías de cambios estructurales rodaron y los partidos criollos que las sustentaban languidecían y empezaban a morir de tisis.
El fenómeno no era propio de estas tierras. Por toda América Latina y el Caribe la experiencia se repetía y el desánimo político y la falta de esperanza en el futuro se adueñaban de los combativos grupos del pasado que prometieron un mundo diferente.
Algunos líderes de la izquierda dominicana siguen balbuceando su pasado glorioso. No se dan cuenta que sus ideas murieron.