De fiesta, la noche del sábado 28 de octubre se había vestido con múltiples extravagancias. Era una anticipada celebración de Halloween pero nadie podría imaginar que, en efecto, sería una jornada de desfreno y horror.
Cual si Dante quisiera reescribir su infierno, la comedia se gestó gradualmente. Eran cerca de las diez y la Ciudad Colonial vivía algo inusual: los espacios estaban tan atestados que muchos iban por la calzada. Por esa razón, el tapón duraría más de dos horas: salir rápido era imposible.
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Las aceras estaban tomadas por una muchachada que bailaba desenfrenada al calor de un estridente y contagioso ritmo con letras de espanto. Los candentes movimientos, en pleno desafío a la gravedad, eran la norma. Tampoco faltaba quienes iban con neveritas quién sabe dónde: el movimiento era febril, se amontonaban en todas partes y por las calles no cruzaban ni siquiera las ambulancias.
Ver aquello impresionaba pero no sería nada, supimos al otro día porque lo peor aún estaba por llegar: las ordas se cebaron contra casas, parques, carros y hasta monumentos. ¡Nada se respetó! Para los turistas debió ser un shock. ¿Con qué imagen se irán de RD? Eso nos debería preocupar tanto como los demás teteos. Ningún vecino debe soportar tremendo infierno.