Cuando la tarde llega… más temprano

Cuando la tarde llega… más temprano

El mundo de hoy es casi una sola civilización, a lo largo y ancho del mundo, dedicada a obtener riqueza y mejores salarios para gozar de la vida. Se trata, obviamente, de la vida del cuerpo y, hasta cierto punto, la del alma. Sólo hasta cierto punto, porque el alma se reciente de tanto gozar sin hallar la paz a que se aspira junto con el disfrute.

Hay goces tórridos y perversos que parecieran no desear jamás que existiese el reposo. Pero la vida tiene sus ciclos: día y noche, semanas, meses y estaciones. El éxtasis sensual tiene un ritmo biológicamente obligado al receso. Receso necesitado de quietud que sólo puede dar el amor. El alma se enferma con las pasiones insanas y en los “climas de equívocas alcobas”. Se enferma detrás de la meta asintótica del goce que nunca se puede obtener con el dinero ni el poder.  Ni con innovado consumismo, por sofisticado y “delicatesen” que sea.

A este carnaval de estereotipadas y manipuladas alegrías no se puede ir  descalzo, ni a pie, ni con piernas rencas. Ni enfermo ni con cierta edad, porque las comparsas reclaman ritmo y compás, máscaras  divertidas con cara de felicidad, aunque todos desconozcan de qué se trata la fementida felicidad.

Este ambiente no prepara ni advierte jamás a nadie sobre la probabilidad de perder, ni para morir, ni para enfrentar la muerte propia o de personas queridas. Cada vez que debemos acudir a un funeral casi automáticamente hacemos el recuento de los que han sido dados de baja en el desfile. Cuando se está en el promedio llamado “esperanza de vida” (70 años dice la Biblia, algo similar, las estadísticas) por lógica matemática, queda la mitad de los amigos y conocidos, pero la otra ya se fue, indicándonos que el tiempo se nos está terminando. Que estamos definitivamente en el camino hacia los días definitivamente largos.  La presente cultura nos prepara muy poco para el camino y el trance. 

Nos han enseñado a que nadie quiera irse, y, por tanto, muchos le tienen terror a este proceso de agotamiento y degeneración física que culmina en la desaparición física y social. La otra cultura, la de la vida en el Espíritu, enseña que lo bueno está de aquel lado. Paradójicamente, preparándonos para la otra vida, estamos, de hecho, mejor preparados para vivir en esta. Si Dios no es un fraude, ¡y no lo es! lo que viene es lo mejor a menos que se ande en muy malos pasos). Por tanto, toda prolongación innecesaria de nuestra estadía en esta vida, es tiempo perdido.

La hora de la partida debe ser la más feliz ¡a cualquier edad! Vendernos esta vida como “La Vida”, es el mayor y más pernicioso de todos los engaños.

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