Cuando la vida declina

Cuando la vida declina

Cuando empezamos a percibir que las limitaciones son expresadas en múltiples sesgos, caminar más lento, no subir ni bajar rápido las escaleras, reducir la ingesta, sobre todo la nocturna, que cuando no es diabetes, es la amenaza de la próstata y páncreas, presión alta, parpadeo en la memoria (principios de Alzheimer), signos de Parkinson, artritis, son evidentes signos de que la vida declina, que iniciamos el tránsito de la “bajaíta”, y el final de la existencia.

Comenzamos entonces a entender de verdad, que la vida es un corto trayecto que nos ha concedido Yavé para permitirnos la gran ocasión de demostrar a nuestros congéneres la capacidad que tenemos con la solidaridad abierta, porque todo lo demás no sirve.

Porque como expresara para la posteridad el luminoso escritor Juan Bosch, “Quien no vive para servir, no sirve para vivir”, y también la Biblia cuando señala que el gran placer espiritual consiste en dar, no recibir, o la Madre Teresa de Calcuta de que “Hay que dar de sí hasta que duela”.

Fueron preceptos que antes de conocer sus expositores, cuando era niño, mis padres me inculcaron, porque así actuaban, y alusivo al vertedero de odios que ¡hay! signa la conducta generalizada de los humanos, mi abuela materna me inculcó devolver con panes las piedras que me tirasen en la vida, no  guardar rencores, que a nada conducen, y de manera infalible envenenan el alma y dañan algún órgano del cuerpo.

Cuando ingresa al patrón de nuestra conducta que prodigar la solidaridad es la forma sublime de confraternizar con  nuestro prójimo, que el amor esparcido como cuando regamos flores, y el perdón a las ofensas hechas o recibidas constituyen las referencias altas de la condición humana, en este reflexionar al cumplir hoy 76 años.

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