Cuando la vida vale menos que un celular

Cuando la vida vale menos que un celular

A veces hay que vivir la experiencia para saber qué se siente, en plena piel, lo que una gran cantidad de dominicanos de a pie sufre cuando es asaltado en la calle, cuando súbitamente defiendes el celular o la vida; cuando caminando con tus amigas en cualquier calle o avenida llegan dos en un motor y te arrebatan la cartera; cuando estás saliendo de tu casa rumbo al trabajo y de repente sientes en la nuca el frío cañón de una pistola. En ese momento conoces lo que es el terror.
El pasado sábado 18 de marzo compartimos en el Parque de Las Praderas con un grupo de adultos mayores un ejercicio de danza terapéutica. Antes de comenzar el evento, mientras buscaba con precisión el lugar exacto de la actividad, un joven de unos 16 años me arrebató el celular delante de todo el que caminaba por el lugar. Mis gritos no valieron para nada, las personas se quedaron inmóviles, pasmadas y sin reaccionar, mientras el muchacho corría a toda velocidad.
Por suerte, una persona que vio todo se le adelantó y lo agarró. Luego una patrulla de la Policía que pasaba por el lugar intervino, pero como había recuperado el celular,- que el joven rápidamente había sacado de servicio-, la patrulla insinuó que dejaran ir al muchacho, a lo que me negué por entender que por lo menos ese fin de semana alguien se iba a librar de ser asaltado.
En ese momento comenzó mi calvario y poco después entendí porqué la gente no reporta la mayoría de los asaltos. Primero, la patrulla quería que llevara al joven en mi vehículo para el destacamento, me negué. Al llegar al destacamento las agentes me reconocieron, me dieron una buena atención, pero debía esperar al comandante de la dotación, quien llegó cerca de una hora después.
El comandante examinó al joven, le tomó el pulgar derecho y encontró un “cayo” pequeño, señal ineludible de que era un “pipero” -que fuma marihuana y se le queman las yemas de los dedos-. Luego había que ir al Palacio de la Policía para un examen al menor, después llevarlo a Villa Juana, y mientras, yo sin celular porque era el cuerpo del delito. El lunes debía presentarse ante la fiscalía.
La fiscal, muy amable, dijo que el delito no era tan grave, que un juez no le iba a encontrar sustento para una medida de coerción y que la madre del joven fue a buscarlo. Dígale a la señora que su hijo roba para usar drogas, le dije a la fiscal. El joven no estudia, no trabaja y sostiene un vicio caro.
No se me olvida la cara de odio con la que me miraba el joven, como para amedrentarme porque “la mala era yo”. Por suerte estoy viva, porque muchas no han podido contar la historia, como Jacqueline Cruz y Delcy Yapor.

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