Cuando las autoridades pierden la moral

Cuando las autoridades pierden la moral

La palabra moral se refiere a apego a valores éticos, ligados o no a creencias religiosas. Hubo filósofos que propusieron una moral sin dogmas. De hecho, hay gentes no creyentes con conducta moral más recia y consistente que muchos creyentes. Existe, también, el apego a la moral por tradición, temor a la censura y al qué dirán, especialmente, a los grupos de referencia de familiares, amigos, colegas, superiores jerárquicos, o simplemente a la opinión pública.
“Moral” se refiere también a una actitud de grupo, según la cual los miembros deben estar adecuadamente motivados para alcanzar sus objetivos, y auto preservarse.
Los grupos institucionalizados se comprometen con valores, metas y normas compartidas, y suelen desarrollar un sistema de roles diferenciados, una disciplina, moral o espíritu de solidaridad con los demás miembros: equivale decir, una cultura, identidad y sentimiento de grupo.
Un ejército en guerra o con perspectiva de tenerla, está obligado a mantener una alta moral de grupo, so pena de ser barrido por el adversario.
Hay países permanentemente en conflicto y competencia con otros, cuyos éxito y supervivencia dependen del apego ciudadano a sus instituciones políticas, militares, policiales, de justicia y demás; todos están comprometidos en mantener la disciplina y moral, y la defensa de valores e intereses comunes. Hay países dependientes, atrasados, periféricos, con grandes dificultades en cuanto a rebasar ciertos estados de relajamiento y desapego a valores societales, indefectiblemente propensos a la anomia y a la disolución moral e institucional. Carecen de un eje ideacional y emocional propio, autónomo. Incluso sus acciones auto defensivas están condicionadas a espurios intereses foráneos.
Las instituciones de estas sociedades son a menudo solo reflejos deformes de las de aquellas sociedades. Hay naciones y pueblos que carecen de una identidad y un proyecto de nación, lo que los hace moralmente escuálidos, especialmente si además sus ciudadanos carecen de un proyecto espiritual bien fundado. En esos casos, la sociedad misma carece de estímulos positivos y de los elementos de sanción negativa para asegurar una baja dispersión de las conductas individuales y grupales.
Cuando la motivación ciudadana no reside en la fe, ni en la cultura; ni en los grupos de referencia, ni en el sistema de sanciones y recompensas institucional, solamente el apego a la tierra y a la familia podría coadyuvar a mantener ciertos niveles de moral colectiva. En nuestro país el proceso de internalización de valores en el individuo ha sido muy deficitario, igualmente deficiente han sido la moral de grupo y el sistema institucional y societal de sanciones. Concomitantemente se ha desarrollado una peligrosa falta de estima a los que ejercen funciones de orden y de justicia, merecida o no.
La sociedad tiene que ser cauta para no provocar una mayor desmoralización de estos actores. No debe ser, como advierte la ex jueza doña Carmen Imbert Brugal, un acto colectivo de ajusticiamiento mediático y sumario de miembros de las instituciones del orden y de la justicia. Contrariamente, la reforma de la policía y de la justicia debe ser un proceso técnico-profesional sumamente delicado y riguroso.

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