¿Cuándo lo podremos superar?

¿Cuándo lo podremos superar?

Mientras la lluvia caía pletórica no pude más que pensar en ellos. Su vida, mil veces plasmada en nuestras páginas, volvía a convertirse en un infierno. Y todo porque el Ozama, ese río que divide las entrañas de la ciudad en dos, volvía a ser pleno e indomable.

Al día siguiente, y ya era lunes, descubrimos el horror en la mirada asustada de un niño que luchaba por granjearse algunas de las provisiones que las autoridades llevaban a un refugio que se quedó sin nada porque la gente del barrio decidió que era mejor asaltar el camión y quedarse con lo que pudieran.

No sé si llamarle desesperación, hambre o desconfianza. Sólo sé que un niño fue lastimado por un grupo de adultos que, a punta de pelea y tropezones, no le permitió llevarse nada.

Aunque los reporteros que estaban allí no pidieron seguirle el rastro ni ayudarle, el rostro de ese niño se quedó grabado en sus memorias porque en él se conjugaban mil realidades a la vez: las que emanan de la marginalidad, la vulnerabilidad y, sobre todas las cosas, la extrema pobreza.

Mientras miles comparten con él esa realidad, y ven sus vidas amenazadas con cada tormenta, tenemos que recordar que no ha habido un solo gobierno que le haya dado calor a los proyectos de desalojo de las riberas del Ozama.

En lugar de ello, las autoridades salen en su “auxilio” en los momentos de dificultad. Después, cuando el sol vuelve a salir, los abandonan. Por eso vivir en el peligro termina convirtiéndose en su estilo de vida. Lograr que lo dejen atrás es nuestra responsabilidad. Tomémosla ya.

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