Cuando los invasores llegaron a Puerto Plata

Cuando los invasores llegaron a Puerto Plata

Tiempo atrás “HOY” me publicó “Caballistas asesinos: Galopando sobre nuestras Llanuras Orientales”, donde destacamos las maldades del “Diablo Merkle” y las fechorías del “Tifú Taylor”.

Y hoy pretendemos rendir parias a los valientes, que en las lindes de Puerto Plata, se empeñaron en demostrarles a los intrusos del Norte que ellos, como dominicanos odiaban la esclavitud, porque de manera fervorosa creían; que la esclavitud degrada la naturaleza humana hasta bestializarla. Porque ciertamente que, desde tiempo inmemorial se ha dicho que: El hombre deformado por la esclavitud se habitúa de tal modo a sufrirla, que acaba por soportarla, con el más vulgar de los vicios: El entusiasmo de las cadenas.

Y entonces el tintineo de los férreos eslabones resulta música grata a sus oídos. Ahora vamos a ver qué ocurrió cuando los invasores llegaron a Puerto Plata. Allá el gobernador Apolinar Rey hizo promesas que no le fue posible cumplirlas. Se impone aclarar que los mancilladores de la soberanía dominicana desembarcaron en Puerto Plata y en Monte Cristy, para que las dos columnas emprendieran la marcha hacia Santiago.

Entonces fue cuando el gobernador Rey hizo promesas que no pudo cumplirlas. Él nombró como comandante de la fortaleza de San Felipe al valeroso Silverio Pekín (alias) Zunito, quien opuso gallarda resistencia a los hombres del imperio que desde años atrás, con argollas de bronce torturaba de nuestra América los dos pies.

En la fortaleza puertoplateña algo digno de mención fue que un personaje popular “el loco Maquei” murió abrazado al palo donde flameaba triste su tricolor bandera.

Del mismo modo que en La Barranquita de Guayacanes el capitán Máximo Cabral se inmoló, tratando de atajar la marcha del brigadier Pendleton, en El Túnel o La Piedra, queriendo detener a los invasores que se encaminaban rumbo hacia Santiago. Y que guiados marchaban por un traidor que montaba caballo blanco… Y que José Estrella se llamaba (alias El Cojo de La Herradura). Creemos que hoy necesario se hace gritar que ¡Viva la República Dominicana!

Pues un puñado de hombres, entre veinte o treinta, a los modernos piratas trató de cerrarle el paso hacia la Ciudad Corazón, hacia Santiago. Ahí denodadamente perdió la vida el patriota Laíto Báez. El entierro de este bravo y aguerrido dominicano, en Santiago constituyó un duelo total. Un duelo que resultó público y colectivo. Donde quizás el único ausente era el traidor que montaba caballo blanco. Dice la historia que cuando el cortejo, con el ataúd cubierto por la bandera nacional, pasó frente al hogar de don Furcy Castellanos, una niña cabalmente emocionada, en el blanquinegro teclado de un piano ejecutó el Himno Nacional. Finalmente decimos que: Cuando el terrible cojo de La Herradura cayó en desgracia con “el jefe bien amado”. El abogado Sánchez Cabral en un tribunal santiaguero, le mostró la carabela del fotógrafo Roca, muerto por él en San José de Las Matas. Y le recordó lo que él  había hecho “montando caballo blanco”.

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