Los problemas en sentido general están creciendo a un ritmo mucho más acelerado que lo que algunos puedan suponer, y eso es mantener una mecha encendida en medio de barriles de pólvora regados por todos los rincones; pero si a esto le agregamos que los tentáculos de la corrupción y la impunidad puedan crecer y desarrollarse en la misma magnitud que los problemas, hay que definirlos como actos irresponsables y criminales
Por eso hay que remachar sobre la amenaza que representa el crecimiento de la maleza de la corrupción y la impunidad, tratando de que pueda alertar a los que componen la cúpula de las distintas esferas de la sociedad, especialmente los que dirigen la cosa pública, puesto que están prefiriendo mirar para otro lado para no darse cuenta de lo que ocurre, sobre todo habiendo fórmulas eficaces para crear herbicidas capaces de erradicarlas de raíz, o por lo menos detener su crecimiento, evitando que más árboles y ramas se contaminen.
Es claro y evidente que el poder le huye al tema, ya sea porque le temen a tener que admitir su magnitud como las debilidades institucionales existentes, o simplemente porque los trajines de sus cotidianidades sociales y políticas no les permiten ocuparse de cosas tan nimias como las que tienen que ver con el componente moral, que debería constituir la base fundamental sobre la que se levante cualquier núcleo humano que pretenda desarrollarse de manera eficiente, equitativa y vivir de cara a las buenas costumbres.
La moralidad y la ética no solo forman parte de los principios democráticos, sino que están contenidas en el pensamiento de nuestros fundadores patrios y además están íntimamente ligados a la esencia misma del cristianismo que dicen practicar, pero lamentablemente lo pasan por alto, hablando y prometiendo supuestos avances que nunca llegan donde tienen que llegar, y en las pocas cosas que realizan, estos se quedan en el camino, reafirmando que quienes reparten se quedan con la mayor y mejor parte.
Por eso, a los cambios que se requieren para que nuestro país pueda salir del estado de pobreza que se acumula cada día, en contraposición con el enriquecimiento de los grupos de poder, hay que añadirle necesariamente el componente moral para lograr una sociedad sana y libre de contaminaciones. Porque si continuamos creyendo que con el solo hecho de montar nuestra nación en trenes es suficiente para lograr progreso, vamos a un descarrilamiento seguro.
Al igual que un nuevo encauzamiento de nuestra economía, mediante un gobierno de contenido humanista, facilitador y desarrollista, capaz de crear los engranajes necesarios para que las maquinarias de la producción generen abundantes riquezas y empleos, y que estos se pongan al servicio de todos, comenzando por los que menos oportunidades han tenido, también hay que darle atención y supervisión constante, para que los vicios que se asomen sean erradicados de inmediato, no como ahora, que se apoyan, se promueven o se ignoran.