Cuando se dice que la deuda es insostenible, se hace referencia al presupuesto del Gobierno central y a su limitada capacidad para pagar el principal e intereses en el tiempo pautado. Se llega a ese punto con déficits imparables en el presupuesto público.
Sucedió en 1982. Dejamos de pagar cuando se duplicó el balance adeudado, agotaron las Reservas Internacionales netas, y los tipos de interés habían aumentado 240 puntos, con endurecimiento del desembolso de nuevos préstamos. Desde 1977 el precio del petróleo se había triplicado, y con respecto al producto, promediado 5.6% la brecha en el presupuesto y 7.5% el déficit en la cuenta corriente.
El mercado de capitales le trancó el juego al Gobierno, le dijo que no era posible continuar con la política de pagar intereses con nueva deuda. Lo que debía equivalía a 37% del producto y 21.7% los intereses respecto a los ingresos tributarios. En economía las comparaciones son inexactas, pero tienen la virtud de que no las desmienten. Resulta que hoy día los indicadores son parecidos y la deuda (US$26,757 millones, sector público no financiero) casi dos veces y media el balance de 2008. Ha crecido un poco menos que en 1982. El petróleo ha estado subiendo, el viernes cotizaba un 15% más que los US$48.50 el barril, el promedio utilizado en el Presupuesto del Gobierno central de este año. Las Reservas Internacionales Netas son la diferencia, desde hace algunos años se aplica la política correcta de acumular reservas, cerraron en el nivel récord de US$6,046.7 millones el pasado 31 de diciembre.
Pero cuidado, hay que dar seguimiento a la normalización de la política monetaria de la Fed y al revisionismo del orden comercial mundial de Trump. Aunque lo último es increíble, lo cierto es que terminarán aumentando los tipos de interés y apreciando el dólar aun más, conjugando un peligroso escenario de sombras sobre la sostenibilidad de la deuda pública, al presionar el costo de los préstamos.
De hecho, para nosotros el dinero se ha encarecido, la tasa de interés promedio ponderada de los bonos en dólares aumentó de 3.6% en 2012 a 6.8% a final de 2016. Partiendo de esa realidad y de un presupuesto público que se aleja de estar estructuralmente equilibrado, es imposible que la deuda en relación al PIB regrese a una trayectoria a la baja.
No hay escapatoria, debe aumentarse la presión tributaria, se consigue despolitizando el equilibrio de las balanzas fiscales, planteando reducción de pérdidas de empresas eléctricas y aumentando la base de los principales impuestos. La pelota está en la cancha del Gobierno, que no debe esperar a que tome cuerpo la guerra comercial y de tarifa de Trump con China, México y América Latina, que precipitarán las presiones externas, endureciendo las condiciones de préstamos para cerrar brecha fiscal.
Con otras palabras, la estrategia correcta es no confiar en la suerte, firmar los pactos Eléctrico y Fiscal, que nos apegan a la racionalidad financiera, y nos alejan del escenario indeseable de tener que reducir abruptamente la deuda. No solo con crecimiento sostenido de la economía, también con austeridad, impago y/o reestructuración. Vías mencionadas por expertos, como Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff en un documento de trabajo que publicó el FMI.