Cuando queda menos de lo vivido

Cuando queda menos de lo vivido

José Miguel Gómez

«Vivir y dejar vivir”, son respuestas del que ha podido acumular un poco de experiencia, superar adversidades, tropiezos y frustraciones; pero también, logros y sueños alcanzados. Después de los 50, se espera que el ser humano haya logrado la madurez para separar el grano de la paja; el silencio de la bulla, la distancia del gregarismo.

Los últimos tres años han sido años de angustia: pandemia, inflación, pérdidas, muertes, cambios rápidos, nuevas adaptaciones y un nuevo aprendizaje para las personas flexibles e inteligentes.

Aprender de los detalles de la vida, lo simple, lo superficial y de lo intangible para sustentar el existir, parece una renuncia poco digerible.

El cortoplacismo, la cultura de la prisa, la gratificación inmediata es la que moviliza a jóvenes y adultos por los momentos felices. Pero en la madurez se debe respirar y digerir cosas diferentes.

La gula, la desesperación, el acumular cosas y el angustiarse por las rebajas y las ofertas del comercio no puede movilizar al que ha logrado ganar experiencia; debido a que se espera que, después de los 50 y los 60, se logre saber para qué se vive, cómo se desea terminar la vida, o quiénes son los compañeros de viaje.

A los humanos, pese a que somos la única especie que tenemos la corteza prefrontal desarrollada para hablar, razonar, discriminar y reaprender cosas nuevas, se nos hace difícil entender lo que nos pasa en la vida.

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Llevo los dos últimos años escuchando las vivencias y malos momentos de los que estuvieron entubados en cuidados intensivos por el covid-19; los que han logrado sobrevivir al cáncer, cirugía abierta del corazón o los que se le escaparon a la muerte por un accidente grave.

Los cambios y las nuevas adaptaciones han sido insuficientes como para aprender a renunciar a los hábitos tóxicos, a los espacios poco oxigenantes y nutrientes, o entrar al autocuidado, el automerecimiento y vivir la autogratificación de lo significativo, lo existencialmente armónico y la paz que deja “dejar hacer y el dejar pasar” pero también, el “dejar llegar”.

La soberbia, los controles, el seguimiento y estar pendiente a la vida y control de personas y grupos, es poco lo que aporta y enseña.

Cuando no se aprende a soltar, quedan los residuos de una patología o enfermedad que se ha hecho crónica, recurrente y dueña del alma y del cuerpo.

Si queda menos de lo vivido, para qué sobrevivir, continuar con el luchismo, la resaca moral, las viejas culpas, el devolver golpes y cerrar espacios, si de verdad la vida te va descontando años, te saca síntomas y signos de enfermedades catastróficas.

La madurez impone: prudencia, olfato, distancia, silencio, comedimiento, arriesgarse poco, desafiar nada, dejar llegar todo lo bueno, oxigenante y nutriente de la vida.

Sencillamente es “vivir y dejar vivir”. Hacer lo que conviene, lo que acomoda, lo correcto y lo moralmente aceptable. Para terminar con una sana auditoria. No todas las personas soportan auditoria; no todos viven con la paz y la tranquilidad de saber que los suspiros son pocos y se anda más despacio porque también los músculos se han cansado de resistir.

La lección es mejor entenderla ahora; como decía Jorge Luis Borges, a veces es demasiado tarde o ya no hay nada que hacer.