¿Cuándo se acabará el robo de electricidad?

¿Cuándo se acabará el robo de electricidad?

En estos días los escándalos acerca del sector eléctrico se suceden unos a otros. Algunos tienen mucho fundamento según la credibilidad de sus denunciantes y las pruebas no desmentidas. Otros lucen fabricados según la defensa publicada por sus imputados. Y en medio del festival de maledicencia y de vergonzantes verdades, se ha ido “p’al caray” la discusión sobre el fracaso de la nación dominicana ante la necesidad de darnos un sistema eléctrico moderno, transparente, confiable y despolitizado.

Parecen interesar más los chismes y el morbo. La impunidad e inamovilidad de funcionarios que creen que un decreto es como haber sido hecho duque o conde, se acrecienta ante el azoramiento colectivo. ¿Irá a pasar como en el caso de la antigua secretaria de Educación, que voló sólo cuando bajaron las aguas del escarnio? ¿No se entenderá nunca que ningún príncipe triunfa si insiste en cargar con lastres improductivos y nefarios? ¿Habremos de padecer el resto del período la equivocada lealtad de arriba hacia abajo, inmerecida por demás bajo todo análisis político, práctico, financiero y sobre todo ético?

En medio de la barahúnda mediática por los líos eléctricos, perdemos de vista una de las causas raíz del problema: el robo de electricidad sigue campeando por sus fueros. Entre los pobrecitos a quienes no se les cobra por pura demagogia y clientelismo, aparte de incapacidad técnica y administrativa, y los jorocones a quienes no se persigue por desfachatada complicidad y corrupción, los dominicanos que pagamos impuestos y pagamos la luz nos encontramos cada día más castigados por tarifas exorbitantes y peor servicio eléctrico.

Recuerdo cómo hace meses asomó en los medios otro escándalo: comerciantes riquísimos de la avenida 27 de Febrero recibían subterráneamente en sus grandes centros corriente por la que no pagaban. El asunto se esfumó de los medios tan pronto asomó, bajo el influjo del sentido práctico del valor de la publicidad. Se hace cuesta arriba enfrentar un poder tan enorme. Pero no son invencibles.

La tragedia es que en un país donde estamos más reburujaos de lo que algunos quisiéramos, hay siempre teclas que no se tocan, callos que no se pisan, putrefacciones que el cuerpo social debe sufrir con el estoicismo de un leproso desahuciado…

El país mejorará cuando perdamos el miedo. Ningún intocable lo ha sido por siempre. Para que vayamos p’alante, soltemos el lastre ¡por Dios!

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