Con la entrada en vigor de la nueva ley de tránsito y control vial se pensó que muchos de los males que se registraban con frecuencia en calles y carreteras del país serían erradicados o cuando menos reducidos de forma drástica.
A la luz de hechos y resultados fatales por un acentuado incremento en el número de accidentes, en la práctica esta legislación, publicitada como moderna y muy actualizada en comparación con otras que rigen en la región, ha contribuido poco o en casi nada a combatir este caos.
Por ejemplo, los motoristas siguen andando como chivos sin ley. En las intersecciones cruzan en rojo por encima de las narices de los agentes de la Digesett y no pasa nada, como si no existiera un sistema de consecuencias.
También circulan en contravía en cualquier lugar y con la mayor naturalidad del mundo usan también las aceras que deben estar libres para la circulación segura de peatones. Además se sitúan encima de la franca reservada para el paso de transeúntes.
Asimismo, los motoconchistas montan hasta tres pasajeros, incluidos niños y hasta bebés y esta práctica se ha convertido tan habitual que es tenida como normal, a pesar de que la cacareada nueva ley vial lo regula y establece sanciones.
Motoristas siguen “calibrando” en plena vía con piruetas y circulando en una sola rueda, lo que provoca muertes y hasta ellos mismos perecen. Igual desenfreno se produce en las peligrosas competencias que hacen en cualquier tramo de una carretera.
Ninguno de estos hechos ha podido ser eliminado hasta ahora y las acciones contra los incontrolables motociclistas se limitan a redadas u operativos en que sus motos son incautadas porque circulan sin la debida documentación.
Los dueños de estos equipos pagan una especie de rescate para recuperarlos, la historia se repite una y otra vez, el mal persiste y no parece tener fin.
La advertencia de que se tomarían medidas contra los conductores que colocaran en sus vehículos luces de alto poder deslumbrantes que ciegan a cualquiera, pasó en poco tiempo a ser letra muerta y su profusión es virtualmente generalizada, incluso en las motocicletas.
La supervisión del estado de los neumáticos, principalmente de autobuses, camiones y patanas que se desplazan por las vías troncales del país sólo se realiza esporádicamente en períodos festivos como en Semana Santa y Navidad, cuando debería ser constante en cualquier época del año.
El deterioro de esas llantas ha sido en innúmeras ocasiones la causa de fatales accidentes, que también se deben en otras oportunidades a manejos temerarios y a altas velocidades en las carreteras y vías urbanas e interurbanas.
Los microbuses conocidos popularmente como “voladoras” porque andan sin control alguno, se desplazan generalmente con exceso de pasajeros, sin puertas de acceso y con un cobrador parado con su cuerpo casi fuera del vehículo y asido precariamente a su carrocería.
Los choferes de estos microbuses compiten entre sí y por disputarse un pasajero están dispuestos a llevarse por delante a cualquiera, además de que andan armados y protagonizan riñas por rutas o la incursión de los llamados conductores “piratas”.
¿Cuándo se pondrá término a esta infernal y peligrosa situación y en qué medida la aplicación de la destacada ley de tránsito servirá de base para ello?
Ojalá que haya algún tipo de respuesta y que no se quede en una simple declaración, mientras se lesionan o mueren más personas por la imprudencia, la abierta violación a la ley y el atentado a la vida de los demás de parte de individuos que deberían ser inhabilitados para conducir cualquier vehículo de motor.