Cuando se pierde la fe

Cuando se pierde la fe

TEÓFILO QUICO TABAR
Son muchos los que repiten la expresión popular de que la fe es lo último que se pierde, sobre todo cuando las posibilidades de lograr lo que anhelan o necesitan se alejan. Las personas más desvalidas, angustiadas y con menos oportunidades de hacer cosas que puedan hacer cambiar su situación y tener acceso a una mejor forma de vivir, tienen en la fe su única esperanza.

La fe mantiene viva mucha gente. Les ofrece aliento permanente en su afán por mejorar su situación y resolver sus problemas. Les revive constantemente su espíritu de lucha por la vida, porque confían que su día llegará. La fe es la confianza y la esperanza que alimenta su existencia, por eso tienen tanto valor.

Preocupa mucho, demasiado dicen algunos, los gritos silenciosos de la gente que va perdiendo la confianza de que habrá posibilidades de mejoría. Y no es para poco, pues lo que ha estado viviendo la mayoría de la gente, no solo en cuanto a la carestía de la vida y lo difícil que se ponen las cosas, sino además por la impotencia para solucionar los problemas y por la ausencia de voces con fuerza moral capaces de ofrecerles aliento para mantener viva la confianza, la esperanza y la fe.

Mientras el mundo avanza aceleradamente en aspectos tecnológicos que chocan hasta con ciertos grados de inteligencia, dichos avances no han servido para que su acción beneficie a las mayorías de nuestra sociedad, sino para que los grupos de poder aumenten sus comodidades y privilegios, provocando mayores distanciamientos sociales y económicos.

Mientras los efectos de los avances científicos y la utilización de tecnologías de punta ya en varios segmentos de la sociedad, han permitido mayores ingresos como grandes ahorros para los grupos de poder y los de mayores ingresos, el resto de la sociedad se ha quedado en una situación bastante parecida a la que vivía antes de su aparición al mundo.

Para la mayoría casi todo continúa igual, tanto en materia de salud, educación, empleo y seguridad. Hoy día sus dolores de muelas se resuelven sacándoselas, van a las escuelas en las mismas condiciones, la inseguridad aumenta y la falta de empleo crece. Los grandes acontecimientos tecnológicos al alcance de la gente común y corriente, ni siquiera para todos, han sido los celulares, tarjeta de crédito, una que otra computadora portátil, UHF, comida rápida, los jeans, motores en vez de caballos y burros, las bancas de apuesta y gas en vez leña o carbón.

Crece la tecnología y aumentan los conocimientos para unos pocos, pero para el pueblo solo aumentan los precios, los deseos casi imposibles de alcanzar las cosas que se anuncian y promueven y junto a ella se va apagando la esperanza que alienta su fe.

Se van perdiendo las voces capaces de ofrecer tranquilidad y sosiego. Se apagan los que pudieran ser factores de equilibrio de una sociedad que en lo más profundo ama la paz, quiere a sus hermanos de aquí y de allá, disfruta haciendo el bien y odia la mezquindad.

La sociedad de hoy es demasiado dinámica. Los acontecimientos ocurren demasiado rápido. Los actores tienen tales dimensiones que la mayoría no es capaz de interpretar. Hay nuevos estilos. Las costumbres van cambiando. Lo que ayer se exhibía como prendas valiosas, hoy se tiran a los zafacones. Lo que era un bochorno hoy es signo de progreso y fanfarronería.

La ética y la moral son el poder. El derecho pertenece a los que pueden. La verdad es de quien la paga y las mentiras se venden como verdad. Pero los que tienen que levantarse temprano para iniciar su larga jornada de problemas sin posibles soluciones, a pesar de los avances tecnológicos, ven apagarse su esperanza y junto a ella la fe que los mantiene.

Pero mientras eso sucede, los responsables están demasiado ocupados en cuestiones tan importantes como la tecnología universal y el mundo social, y no pueden perder su tiempo en cosas tan nimias como el bienestar y la seguridad de la mayoría, aunque éste sea su deber primario.

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