Cuando se quiere, se puede

Cuando se quiere, se puede

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
En por lo menos dos ocasiones recientes el juez presidente de la Suprema Corte de Justicia ha dicho que el máximo tribunal vigila a los jueces para detectar la posible comisión de actos de corrupción. Las declaraciones del magistrado Jorge Subero Isa sorprenden en una nación donde los responsables morales y legales de la administración pública viven evadiendo el bulto cuando de la corrupción se trata.

Subero Isa con sus declaraciones  reconoce, primero, la posibilidad de que la corrupción esté afectando o pueda afectar la conducta de un miembro de la judicatura; y, en segundo lugar, crea mecanismos para detectarla cuando se presente. Es decir, no asume una actitud evasiva ni pasiva frente a un fenómeno que para algunos es endémico.

  Esta actitud es, obviamente, responsable. Pero también es regocijante y esperanzadora.

 La corrupción es un cáncer en la sociedad dominicana. Un cáncer que nos acogota, que nos atrasa, que nos envilece, que pervierte el alma y el bolsillo de mucha gente buena, inteligente y promisoria. Afecta tanto a la administración pública, a todos los niveles, como al sector privado. Para algunos estudiosos del tema es parte de nuestra textura cultural.

Nuestros líderes políticos, los principales responsables de establecer normas y medidas que contengan este mal, lo que han hecho es sucumbir ante el poder del dinero o, como diría el José Ingenieros de nuestros años juveniles, correr tras el tintineo argentino de la moneda. ¡Una verdadera lástima!, porque tras ellos han corrido muchos otros de otras esferas sociales. Porque, no lo dudemos, el dinero es un dios, poderoso como un demiurgo.  Su poder fascina, encanta y seduce.

 Esta es una de las razones, pienso, por la que a nuestros gobernantes se les ha hecho tan difícil combatir el fenómeno de la corrupción. Y mucho más difícil explicarla.

Sin embargo, el juez presidente de la Suprema Corte de Justicia ha mostrado, con sus declaraciones, que tiene conciencia de que la corrupción existe, está convencido de que puede alcanzar a miembros de la judicatura y sabe, además, que sus signos pueden ser identificados. En consecuencia, puede atacarla.

 Porque, más allá de toda argucia jurídica o ideológica, cuando se quiere se puede.

 Ciertamente, los símbolos de la corrupción son difíciles de esconder. Quien quiere verlos los ve y los palpa. Ordinariamente están a ojos vistas.

 El pueblo suele conocer a los corruptos en un abrir y cerrar de ojos. Porque suelen cambiar de piel como el camaleón. Sus indumentarias, sus vehículos, sus viviendas, sus fincas, sus amoríos y su prepotencia son visibles a larga distancia. Casi siempre cambian de lugar de residencia, pero los ojos de sus vecinos, amigos y parientes los siguen.

 En su trabajo, sin embargo, no alcanzan a ver los signos de la corrupción. Sea en la administración pública o en el sector privado. O, vamos a decirlo mejor, no quieren verlos. Porque en estos niveles opera la complicidad, la solidaridad de acciones y una frase ordinaria pero perversa: “yo en su lugar haría lo mismo”.

Por suerte, tenemos la iniciativa de la Suprema Corte de Justicia. Ojalá que sea pedagógica.

(bavegado@yahoo.com)

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