¿Cuándo se vendió la patria?

¿Cuándo se vendió la patria?

JOSÉ B. GAUTIER
Ahora cuando gozamos y podemos respirar aires de libertad viviendo en un Estado de derecho. Cuando el pueblo, sus grupos comunitarios y populares organizados o no, pueden discutir abiertamente, sin temor a ser agredidos y sin miedo a que se le aplique la mordaza a sus ideas, exponiendo o delatando las travesuras de esos ídolos políticos con pies de barro que nos han gobernado por años haciéndole tanto daño a la nación.

Ahora que flota en el ambiente nacional una verdad siempre latente y censurada por la clase dominante detentadora del poder político viciado y sus agentes pagados –ese secreto prohibido mejor guardado y conocido por todos–, de que vivimos, para sorpresa y asombro de muchos hipócritas, en un Estado dominicano fallido.

«Doctor, por favor, explíqueme de que murió el paciente…»

Ahora que está de moda entre los sabios politólogos dominicanos analizar causas y efectos que nunca antes vieron de un fenómeno social promovido desde las esferas del poder político dominante que se desarrollaba ante la mirada indiferente de ellos – «de verdad, doctor, ¿qué pasó, repítamelo como usted nos lo contaba año tras año en sus escritos publicados en la prensa nacional durante casi cuarenta años, cómo y cuando se produjo el colapso del Estado dominicano?»– Todavía zumban en nuestros oídos como tambores de guerra los ecos del ocaso de la nación dominicana –Manuel Núñez en su lucha crucificado por su denuncia, clamando en el desierto.

Escucha. Recientemente asistimos como oyentes a un interesante conversatorio resultante de la dinámica social imperante, en el cual la aguerrida intelectual María Elena Muñoz, sin ambages, expuso su opinión sobre el Estado dominicano fallido e hizo mucho hincapié sobre la influencia del poder imperial norteamericano en su consecución.

En su magistral exposición la culpa de la tragedia dominicana recayó solo en el poder extranjero, advirtiéndole nosotros, con casos concretos, que a ella le faltaba señalar a los malos dominicanos que en el tiempo, habían motu propio, negociado la soberanía nacional vendiendo su territorio al poder extranjero a cambio de obtener poder político por tiempo indefinido.

«Explícame, José», exclamó la expositora, «¿qué tiene que ver la situación actual del Estado dominicano fallido, ahora, en el año 2005, con lo que dices sobre el acuerdo internacional llamado ‘de contratación de jornaleros agrícolas temporeros en Haití y su traslado a territorio dominicano’, firmado hace casi cuarenta años entre el presidente Joaquín Balaguer y el presidente vitalicio Francois Duvalier, en diciembre de 1966, con una duración de cinco años, el cual garantizaba la entrada de veinte mil trabajadores haitianos por año a todos los rincones del territorio nacional acompañados de sus mujeres e hijos, para ser asentados, vivir y trabajar en los bateyes y terrenos azucareros propiedad del Estado dominicano?

«No entendemos», dijo la docta exponente, «que tiene que ver una cosa con la otra».

«Observa», respondimos. «Con un país prácticamente intervenido por tropas norteamericanas, el presidente Joaquín Balaguer se juramentó como presidente de la República el día 1ro. de julio de 1966. En diciembre de ese mismo año, apenas cinco meses después de asumir el poder, ya negociaba y firmaba ese inmoral y corrupto acuerdo laboral de entrada masiva de haitianos para trabajar las tierras recién socializadas, no propiedad de terratenientes explotadores e inescrupulosos (era el decir de moda para una reforma agraria comunista) sino propiedad del Estado dominicano las cuales fueron adquiridas mediante la confiscación de los bienes del dictador Rafael Trujillo. Más de cinco millones de tareas de tierra sembradas de caña y pastizales ganaderos, factorías, viviendas y ganado, que serían utilizadas para beneficio de los trabajadores haitianos importados contractualmente en masa (se le retenía parte del sueldo para ser enviado a Papá Doc Duvalier todos los años) y para perjuicio de los campesinos dominicanos, excluidos del disfrute de la riqueza agraria estatal por el propio gobierno continuista y «agrarista» que presidía el doctor Joaquín Balaguer.

El milagro se realizaba. Se producía el matrimonio de intereses, la unión perfecta, una verdadera simbiosis entre un Estado Unidos de América, racista y cristiano que rechazaba la inmigración de negros haitianos a su territorio y buscaba un país receptor del excedente poblacional haitiano, y encontró coyunturalmente a un dominicano con ambiciones políticas desmedidas, locamente enamorado de la silla presidencial y del continuismo político, que le sirviera de lacayo para concretar su proyecto de trasvase de excedente poblacional haitiano hacia territorio dominicano a cambio de garantizar su continuidad.

En vez de defender el interés nacional, actuó en defensa de su interés personal. En vez de dominicanizar la zafra azucarera y humanizar las labores agrícolas y del corte de la caña, pagar salarios justos a los trabajadores dominicanos –la industria azucarera en un 60% en manos del Estado–, el matrimonio político dominico americano escogió el camino de la explotación inmisericorde de los trabajadores haitianos, sueldos de miseria, bateyes pocilgas, analfabetismo, aislamiento social, al extremo de poder silenciar a toda la prensa nacional sobre la barbarie que se cometía en contra de los haitianos en los bateyes del CEA. Cuando el Presidente Aristide, por ejemplo, en las Naciones Unidas, denunció el maltrato a que eran sometidos los trabajadores haitianos en los ingenios socializados, poco faltó para que el Presidente Balaguer comparara, en rueda de prensa, a los bateyes azucareros del Estado con el mismo paraíso terrenal. Y muchos de los que hablan del Estado dominicano fallido, con sus rabos entre la piernas, aplaudían entonces delirantemente las mentiras de ese falso apóstol de la democracia dominicana.

Este trauma migratorio, amiga María Elena Muñoz, como tú sabes, es muy difícil de superar si no optamos por sincerizarnos los dominicanos realizando una catarsis al cuerpo podrido de la sociedad, especie de perestroika política y social, ya que en un mismo macuto, no son todos los que están, ni están todos los que son.

Hoy desgraciadamente cosechamos los delitos sembrados ayer por políticos desaprensivos con el agravante de que se trama mediante una ley de «borrón y cuenta nueva», llamada Ley de Migración, No. 285-04, silenciar la historia echado tierra y tapando todo ese pasado depravado y corrompido que nos tocó denunciar. Amnistía para las víctimas y los victimarios. Plan Nacional de Regularización de los extranjeros ilegales radicados en el país, mediante decreto presidencial. Reelección. Olvido. Vivir feliz como el inquieto anacobero de Borinquen, Daniel Santos, cantando… «Yo no sé nada. Yo llegué ahora mismo, si algo pasó, yo no estaba ahí.»

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