Sé que deberíamos estar curados de espantos. Son tantas las putadas que no se podía esperar que sucediera algo distinto: los legisladores, para cumplir con su sagrado deber de jodernos, aprobaron una reforma fiscal que nos complicará la vida.
Pero si el proyecto sometido ya era bastante doloroso para nosotros, lo sorprendente es que incluyeron un regalito más: gravaron, aunque eso nunca estuvo en el proyecto original, las compras por internet. ¡Oh, divina providencia que vino al rescate, sigilosa pero eficazmente, de los comerciantes que hace tiempo estaban detrás de esto!
Con este impuesto el Gobierno termina de darnos la estocada de gracia: nos aumenta hasta la respiración y, además, nos roba el chance de economizar algún dinerito aprovechando las ofertas que se encuentran comprando las cosas fuera del país.
Tal vez para los legisladores gravar las ventas de poca monta que se hacen por la red no signifique nada. Para muchas familias, sin embargo, son un gran alivio en su economía, ya que las cosas que compran por internet son mucho más baratas y de mejor calidad que las que aparecen en el mercado local.
Asumo, porque aquí la idea siempre es acomodar a los sectores que más tienen, que este impuesto surge para compensarle a los comerciantes lo que pagarán por otro lado. Pero, ¿no han pensado en que el grueso de los impuestos que han agregado afectarán más a la clase media? Será muy difícil que con esa carga impositiva la gente pueda estar tranquila. La incertidumbre, honestamente, nos agobia. Junto ella, el dolor de que la provoque quien debe defendernos.