Cuando todo se consume

Cuando todo se consume

Samuel Luna

La vida es como un pedazo de hielo en la palma de la mano derecha, que por más que la apretemos, para preservar el hielo y que no se nos derrita, nos daremos cuenta que aunque lo cubramos, se irá derritiendo poco a poco, y sólo nos quedará una mano húmeda y helada. Así es, poco a poco se va desvaneciendo todo lo que podemos palpar y cuantificar. Es por eso, que necesitamos estar más que claro, nos ha tocado vivir una línea de tiempo y dentro de ese espacio temporal nos han dado una tarea, un destino y un propósito que debe ser descubierto.

Como personas y ciudadanos de este país, no sólo debemos convertirnos en máquinas de producción para consumir o vivir una vida hedonista, alimentando los placeres desenfrenados, también somos llamados a ejercer una tarea redentora para mermar el dolor, la pobreza y la inseguridad social. Desde nuestra posición como funcionarios y políticos, o como empresarios, obreros, educadores, artistas, clérigos, sea cual sea la esfera donde estemos, fuimos diseñados para dar, porque es mejor dar y aportar que recibir. Cuando el ser humano se entrega a una causa que está por encima de sus posibilidades, cuando buscamos mejorar algo y cambiar nuestro entorno pensando en los demás, ese esfuerzo crea en nosotros un nivel de felicidad y paz interna; además, nos ayuda a mirar la vida desde otra perspectiva, desafiándonos a seguir construyendo puentes que sirvan para cruzar los abismos de la ignorancia y del mal.

Muchos años atrás, leí la obra El Hombre En Busca De Sentido, de Viktor Emil Frankl, psiquiatra y filósofo. En dicho manual de conducta, el autor plantea que debemos aprender de forma personal y luego mostrar esas experiencias a otros, que en realidad no importa que no esperemos nada de la vida, sino si la vida espera algo de nosotros. Debemos dejar de pensar sólo en nosotros, nuestro accionar debe ir más allá de nuestro ego. Ahí está la vida esperando por nosotros. ¿Acaso no nos damos cuenta que nos estamos consumiendo? Cada día que pasa nuestra línea de accionar se reduce, nuestros años nos dicen que estamos hacia la carrera final. Lo más triste es que cuando todo se consuma, ¡se consumió!, no hay escapatoria y sólo nos quedará el orgullo y la terquedad enfrascada sin aire y sin acción.

Cuando un político entiende que en su línea de existencia tiene un propósito, un accionar, que sólo se puede ejecutar en un espacio que se le fue dado en esta tierra, ese ciudadano insertado en la esfera del gobierno producirá cambios sustanciales y hasta eternos. Cuando un maestro usa su pedagogía para marcar positivamente a sus estudiantes, esos receptores, los estudiantes, se convertirán en catalizadores del cambio y servirán de modelos para la próximas generaciones. El punto es que no podemos delegar todo al gobierno, a las estructuras políticas. Debemos levantarnos y ocupar los espacios que están vacíos, debemos de quejarnos menos y ver cómo podemos aportar más a la vida y más al pueblo dominicano. Nosotros somos los dueños de nuestro futuro, somos los arquitectos del desarrollo, nacimos para generar vida y una vida en abundancia; nos consumimos cuando no ejercemos el poder intrínseco que reside en nosotros.

No esperemos que nuestra vida caiga en un estado de inercia. Dale a la vida, no espere que la vida te de a ti. Cuando damos recibimos. Si hacemos esto, seremos más productivo. Vivir así no es una utopía, es un ejercicio intencional. Las cosas y nosotros sólo se consumen cuando nuestro accionar se basa en lo temporal y en lo mediocre. Nacimos para servir y para amar. Ahora es el tiempo de guiar, de servir, de orientar, de proveer y de dar.