Cuando tu casa, al final, es tu propia sepultura

Cuando tu casa, al final, es tu propia sepultura

MARIEN ARISTY CAPITÁN

Desgarradoras, ellas hablan solas. Gritan vulnerabilidad, pobreza y abandono. Son las imágenes del olvido, de la miseria que se traga los días y de esa injusticia social que se traduce en una vida sin vivir. Es el mundo de los que no tienen nada: casi todos los dominicanos.
Barrios anegados, enseres hechos porquería y “casas” con techos de azúcar derrumbadas al compás de los deslaves de unos precipicios en los que no debería vivir nadie. Cuatro personas muertas, entre ellas tres niños que no pasaban de 7 años, y más de 35 mil desplazados porque viven en lugares inseguros. ¿Hasta cuándo tendremos que ver estas cosas?
La muerte de Guarién Elías Sena Mancebo, un segundo teniente del Ejército jubilado, duele: él construyó su casa en un lugar peligroso porque apenas tenía RD$20 mil pesos para comprar el solar. Su vivienda, esa de la que se negó a salir porque era lo único que tenía, fue su sepultura.
De igual forma murieron las hermanitas Williamny y Fabianne Robles, de 7 y 4 años; y José Alberto Castillo, de 6: bajo los escombros de algo que, por más que llamemos casas, jamás fueron unas viviendas dignas. Los techos de zinc, endebles, cedieron ante la presión de las piedras que se deslizaron por esas lomas bajo las que jamás se debería construir.
Esas cuatro vidas se perdieron porque lo que deberíamos invertir en políticas urbanas y de desarrollo termina, al final, financiando la corrupción. No es causalidad que República Dominicana sea el octavo país más corrupto del mundo y el quinto de la región. Si ese dinero que se roban los funcionarios se invirtiera en viviendas, Matthew no habría sido letal.

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