Reviso un estuche que contiene dos discos (CD), cada uno con quince canciones. Total: treinta piezas. La lectura que acompaña el estuche ofrece “30 éxitos insuperables”. Es selección y oferta de la empresa EMI, W.W.W. emilatin.com (Méjico). Me parece haberlo comprado en ruta de la capital azteca hacia la cercana localidad de Puebla de Los Ángeles.
El CD número uno comienza con la pieza “En un rincón del alma” y concluye con la respetable creación “Como la marea”, que fue una de las canciones mejor logradas en la época del cantautor que nos motiva el tema de esta oportunidad. Seis de estas composiciones son de distintos autores: “Gracias a la vida”, “Las Palmeras”, “No soy de aquí”, “Volverán las oscuras golondrinas” “Alma mía” y “Sombras” (Cuando tú te hayas ido).
Las demás canciones de estos discos pertenecen al cantautor que mencionaremos más adelante.
El segundo CD incluye la misma cantidad de entregas: quince canciones, entre ellas, las letras de las cuatro siguientes son de los autores que se indican de inmediato: “Las ejes de mi carreta”, de Romildo Risso, “Pobre mi patrón”, de Facundo Cabral, “Yo voy soñando caminos” y “Las moscas”, del poeta Antonio Machado. Las letras de las piezas restantes pertenecen a un mismo escritor: el artista que nos ocupa.
Les relato un momento de expectativas desagradables. Se celebraba una rueda de prensa en un centro de Madrid y un periodista preguntó al entrevistado que si no creía que una pieza tan reconocida, como “Cuando un amigo se va”, es una melodía para homosexuales. El representante del interrogado intervino de inmediato, porque conocía la posible reacción de su pupilo. En voz baja le dijo: Cálmate, y así, algo calmado, el entrevistado respondió a la descarada imprudencia:
-Un atardecer, preparado todo nuestro equipo para cumplir con la jornada de trabajo de esa noche, recibí una comunicación desde mi lejana tierra, en la cual se me informaba que un ser muy querido acababa de fallecer. No dije nada; guardé silencio. Y nos fuimos a trabajar.
Tras finalizar el espectáculo regresamos al hotel, bien pasada la media noche. Me instalé en el salón de trabajo y comencé a escribir:
Cuando un amigo se va/ queda un espacio vacío/ que no lo puede llenar / la llegada de otro amigo. / Cuando un amigo se va/ queda un tizón encendido/, que no se puede apagar/ ni con las aguas de un río./ Cuando un amigo se va/ una estrella se ha perdido/ la que ilumina el lugar/ donde hay un niño dormido./ Cuando un amigo se va/ se detienen los caminos/ y se empieza a revelar/ el duende manso del vino./ Cuando un amigo se va/, cabalgando su destino/ empieza el alma a vibrar/ porque se llena de frío./ Cuando un amigo se va/, queda un terreno baldío/, que quiere el tiempo llenar/ con las piedras del hastío./ Cuando una migo se va/, se queda un árbol caído/, que ya no vuelve a brotar/ porque el tiempo lo ha vencido./ Cuando un amigo se va/ queda un espacio vacío/, que no lo puede llenar/ la llegada de otro amigo.
Escribí entrañablemente, hasta el amanecer, bañado en lágrimas, dijo Alberto Cortez. Allá, en el sur lejano, mi mejor Amigo, mi Padre, apenas unas pocas horas, había rendido su tributo a la tierra:
Este mensaje es oportuno para cualquier allegado que se despide y para uno mismo. La compuso Alberto Cortez, y ya ese nostálgico lamento pertenece a toda la humanidad.
(Ver en la p. 5C del diario Hoy, sección Alegría del sábado 9 de julio en curso (2016), el reportaje “Cuando un amigo se ha ido”, la confusión con la autoría de la pieza “Cuando un amigo se va” atribuida a Facundo Cabral. En cantidad de grabaciones que he manejado del señor Cortez y en varias lecturas, siempre he encontrado la atribución de la paternidad del tema aludido en favor de Alberto Cortez, y que se incluye en casi todas sus ofertas discográficas, incluida en selecciones de sus mejores éxitos, como emblema de atracción y sello de identidad).