Cuando un amigo se va
A Johnny Naranjo. In memoriam

<STRONG>Cuando un amigo se va</STRONG><BR>A Johnny Naranjo. In memoriam

EMIGDIO VALENZUELA MOQUETE
Hace aproximadamente diez años, mientras sudaba la fiebre de aprender inglés en el Dominico Americano, recibí clases de un joven norteamericano que se llama David Venn. Excelente profesor. Optimo en conocimiento de deportes y particularmente del béisbol.

En ese entonces pese a su juventud, apenas 23 años, era agudo, cauto y muy precavido. Como estaba en un país extraño, todo lo que hacía en la República Dominicana me lo consultaba previamente. A la fecha hemos devenido en grandes amigos.

Ya enrolado como comentarista en la crónica deportiva dominicana, me cuestionó en el sentido de si conocía a Johnny Naranjo, quien le había ofrecido hacer juntos por televisión un programa de deportes.

No vacilé y le dije: «Como persona no lo conozco muy bien. Pero en deportes y sobre todo en béisbol, en este país es lo mejor de lo mejor. Pégate de ahí y no te arrepentirás. Con él tu éxito está garantizado».

Luego, ironías de la vida, a través de David (un extranjero), conocí y entablé hasta el día de su fallecimiento una exquisita y hermosa amistad con el dominicano Johnny Naranjo.

Como persona era un ser humano especial. Familiar ejemplar. Entrañable en la amistad. Conceptuoso, de finísimo humor. Jovial, de vida alegre y distendida. Era también un diletante, ameno y contagiante contertulio. Hombre de buen vivir.

  En lo profesional, laborioso, incansable aún en los momentos en que le flaqueó la salud.

El amasijo de virtudes y atributos que adornaban la persona de Juan Rafael Naranjo Blandino (Johnny) lo tipifican en una casta de dominicanos ya en extinción.

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