Cuando un año se va…

<p>Cuando un año se va…</p>

POR CLAUDIO ACEVEDO
Cuando un año se va, algo nos deja o algo nos lleva. Es que el tiempo, más que un transcurrir, es un dejar y un llevar. Se lleva lo intrascendente, lo vacuo, lo  superficial, lo pasajero, las modas y todo lo que es incapaz de sobreponerse a la ocasión. En cambio nos deja la esencia diamantina de lo perdurable. Nos lega todos los disfrutes atemporales que resisten victoriosamente el movimiento circular de las manecillas del reloj.

Y deja lo que tiene fuerza persé para quedarse, como los valores supremos de la existencia basados en el amor, la solidaridad y la sana convivencia.

Cuando un año se va, sentimos que nos abandona una compañía de 365 días. Un período que fue referencia temporal de nuestros pensar y hacer. Sentimos que se quiebran y se rompen unos marcos que contuvieron todo lo que fuimos o no pudimos ser.

Pero no todo es quiebra y rompimiento en nuestro sentir de fin y principio de año. Cuando enero asoma el primer diente de leche del año nuevo, también sentimos una sensación de renovación que nos conecta con nuevas expectativas.

Enero es un mes que convoca pasado, presente y futuro, en una tierra donde el ayer y el hoy son raíz del mañana.

El primer mes del año siempre es bueno para hacer y componer nuestro  calendario personal, dibujando un tiempo diferente y recomponiendo los matices del cuadro de nuestras propias vidas.

Qué debemos colocar primero o qué debemos hacer para darle cuerpo a ese calendario individual, debe ser la interrogante de estos días.  No solo se trata de hilvanar un menú de ilusiones vestidas de posibilidades.

Al caer el telón de un viejo año se cierra un espacio donde hemos sido actores de nuestros propios dramas y espectadores de los papeles de los otros en el gran escenario de la existencia.

Al correrse los cortinajes de un año nuevo sentimos que se abre un capítulo de nuevas oportunidades que ensanchan las vastas fronteras de la esperanza.

Cada año que pasa nos recuerda que el tiempo es un bien no renovable que se va agotando lenta pero sostenidamente, lo cual nos obliga constantemente a reflexionar sobre la “calidad de nuestro existir”.

El año se va sin remedio. Algunos sabrán si lo habrán ganado o perdido. Pero lo seguro es que todos lo habremos acumulado en el peso de nuestra edad. Parafraseando las memorias autobiográficas del chileno universal Pablo Neruda, ¿cuántos podremos confesar que realmente lo hemos vivido?

El reloj y el calendario  miden el paso del tiempo, pero no marcan la diferencia entre las intensidades de los momentos y vivencias, donde cada quien tiene que poner el acento.

La  vida se vive mudando las tildes, haciéndolas saltar juguetonamente entre los columpios del sexo, la pasión de la lectura y otros goces del alma; los encuentros de amigos, el hogar donde deberemos encontrar el merecido descanso del guerrero. Pero hay un lugar donde la tilde se ha estacionado por  20 años en lo cultural: las tertulias interesantes de  la casa de Natacha Sánchez. Decirlo hasta produce una rimosa musicalidad. Allí el tiempo vacío se llena de contenido y el ser encuentra más razones de ser y de seguir.

El tiempo es un viajero incansable que lleva nuestra vidas en sus equipajes, las cuales deposita en determinadas paradas y estacionamientos de nuestros destinos.

El año se va, pero se queda si lo guardamos en nuestros archivos interiores. Cada año debe vivirse como quien ve un río correr, sabiendo que nunca podremos bañarnos dos veces en sus mismas aguas.

“Todo se mueve, fluye, discurre, corre o gira:

Cambian la mar, el monte, y el ojo que los mira”, como bien dice el inmenso Antonio Machado.

Toda ida tiene el sabor amargo de las despedidas. Quizá a esto se deba  que nos “bebamos” con fruición el último día del año junto con las burbujas de la champaña y el dulzor de los licores como compensación al cáliz que nos apura el existir. Y es que cada vez escasean más y son más espaciados los momentos en los que paladeamos los néctares de la vida. Néctares que tragamos sin saborear en medio de esta vida apresurada, donde cada quien quiere ir al frente en una loca carrera, queriéndole ganar la batalla al tiempo que nos mata.

Como cada fin de año nos sumerge en la reflexión y la evocación, propicio es actuar ahora para dejar atrás los años en que un avasallante proceso inflacionario recortó a tijerazos nuestros niveles de bienestar. Y es que todavía sentimos el eco de los metálicos bramidos de esas tijeras amenazadoras que fácilmente pueden ser amoladas de nuevo por la gobernanza irresponsable.

Se nos van para siempre de una manera irrecuperable 365 amaneceres.

Pero la vida siempre es un amanecer con su atardecer y su anocher. Los amaneceres nos recuerdan la continuidad de la vida en la apertura de cada nuevo día vivido con su carga de alegría, risas, vivencias, pesares, amores y desamores. Los atardeceres, con sus tibios resplandores, nos hablan de la madurez del día en el tránsito hacia su ocaso para dar paso a la calma de la noche taciturna. La noche que tira la cadenilla del sol, apagando su luz. Asimismo, transcurre la vida, hasta que un día nos quedamos sin voz y sin aliento, desprovistos del beso del oxígeno.

Somos un microcosmo que recrea los ciclos de la naturaleza: el día, la noche y las estaciones. Así atravesamos por los momentos de “noche” emocional o “invierno” del espíritu. Periodos en los que si somos capaces de vivenciar las mejores experiencias y traspasar los tránsitos más oscuros, arribaremos a nuevos descubrimientos y conocimientos.

En el recorrido de la existencia es muy positivo que transitemos con fe, esperanza, paciencia y amor por esos eclipses de la vida,  de los que, seguro, resurgiremos como el Ave Fénix.

Cada año que se va nos lega un dejo nostálgico, sobre todo, si se lleva para siempre hacia la frontera de lo desconocido a algún ser querido cuya ida nos enrostra la finitud de la vida. La mortandad de nuestra naturaleza incierta.

Todo pasa en una sucesión interminable que nosotros llamamos tiempo. “El tiempo, el implacable”, ése que no tiene una medida real que lo aprisione, aunque vivamos la ilusión de encuadrarlo en relojes y calendarios. Es el ser humano quien en su categoría finita le ha impuesto, arbitrariamente, esas longitudes dimensionales.

Los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses y los años son divisiones “antojadizas” de la unicidad del tiempo que responden al invento humano de facilitar y poner un cierto orden al transcurrir de la vida. Así decimos en cada cumpleaños que “nacimos un día como hoy” o que tal cosa sucedió en una fecha igual. Mentira! Nacimos un día como ayer, el tras antier, un día como cualquiera, pues, cuál es el hilo conector que lo haría igual?

Nuestras vidas las hemos segmentado en anualidades y cada vez que tocan fin sentimos la tristeza de lo que se acaba: el vaso bebido, las pasiones consumidas, los días idos. Diciembre es una añoranza. Alguien dijo que es agridulce como las mandarinas.

El 2007 puede ser un buen año para refundar la esperanza sobre las bases de nuevas ilusiones, renovados sueños y optimismo reverdecido.  Puede ser un buen año para que cada uno tome el poder. El poder de reencauzar nuestro destino por vías distintas que nos conduzcan a mejores puertos. Lo bueno de la ida del 2006 es que nos permite la posibilidad de abrir una nueva página para llenarla como todos queremos, y si cabe, inaugurar, por los menos el principio de otros tiempos y otros espacios que ya no sean los de las situaciones creadas por los poderes tradicionales.

Este fin de año, saldremos ganando si derrotamos las presiones consumistas del recambio, el imperio del ruido y el largo etcétera comercial en que ha devenido el sentido de la Navidad.

Creceremos si nos sobreponemos a ese “no querer ver las cosas” que invisibiliza nuestros dramas sociales tras la inmensa fábrica mediática que  promueve de forma casi compulsiva a estar permanentemente en un estado de “euforia” o bienestar emocional casi a toda costa y donde la técnica -entre más sofisticada y avanzada mejor- sustituye al individuo.

Los fines de año, es la época en que más se fomentan los escapismos de la carne y del espíritu, normalmente bajo los efectos de estimulantes excesivos que si bien nos alejan de la tristeza y de las emociones grises, nos privan de la posibilidad de entrar en contacto con nuestras necesidades más profundas y relegadas, y por ende, con la posibilidad de revisar y rectificar los aspectos que podrían marchar mejor.

Así como no podemos pretender que siempre haya sol ni nubes que lo oculten efímeramente, tampoco se puede forzar nuestra interioridad para que  permanezca estática en el mismo estado, sea éste de alegría o de tristeza.

En el tramo final del año, es bueno que recitemos con Pablo Neruda:

Queda prohibido llorar sin aprender, levantarte un día sin saber qué hacer, tener miedo a tus recuerdos.

Queda prohibido no sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños.

Queda prohibido no demostrar tu amor, hacer que alguien pague tus dudas y mal humor.

Queda prohibido dejar a tus amigos, no intentar comprender lo que habéis vivido juntos, llamarles sólo cuando los necesitas.

Queda prohibido no ser tú ante la gente, fingir ante las personas que no te importan, hacerte el gracioso con tal de que te recuerden, olvidar a toda la gente que te quiere.

Queda prohibido no hacer las cosas por tí mismo, no creer en Dios y hacer tu destino, tener miedo a la vida y a sus compromisos, no vivir cada día como si fuera el último suspiro.

Queda prohibido echar a alguien de menos sin alegrarte, olvidar sus ojos, su risa, todo porque vuestros caminos han dejado de abrazarse, olvidar su pasado y pagarlo con su presente.

Queda prohibido no intentar comprender a las personas, pensar que sus vidas valen más que la tuya, no saber que cada uno tiene su camino y su dicha.

Queda prohibido no crear tu historia, dejar de dar las gracias a Dios por tu vida, no tener un momento para la gente que te necesita, no comprender que lo que la vida te da, también te lo quita.

Queda prohibido no buscar tu felicidad, no vivir tu vida con una actitud positiva, no pensar en que podemos ser mejores, no sentir que sin tí este mundo no sería igual.

Publicaciones Relacionadas