Cuando un país se siente desamparado

Cuando un país se siente desamparado

FABIO R. HERRERA-MINIÑO
El objetivo de los políticos en un régimen democrático, y cumplidor de las tradicionales elecciones periódicas para elegir nuevos dirigentes, es ofrecerse al electorado como los más capacitados y llenos de planes concretos para desarrollar a su nación. De acuerdo a sus poderes de convencimiento y a sus carismas, logrará atraerse la mayor parte de la población, que confiada, se arrojará en sus brazos para que sea su guía por el período electoral determinado.

Sin embargo, esos atractivos que se les vendieron al electorado, sediento de reivindicaciones y de políticos capaces y honestos, se derrumban en poco tiempo cuando suceden dos cosas: una que la retórica domina las acciones de políticos, y no pueden convertir en realidades y acciones decisivas esas retóricas que se les diluye con el viento, que se lleva las palabras. La otra es que sus mandatos se carcomen por acciones de corrupción, de forma que muchos de los seguidores del líder van a arrasar al poder, en que los recursos que recauda el gobierno, a través de los impuestos, no alcanzan para llevar a cabo los planes del desarrollo y ayuda social.

Compaginar la realidad de esas dos versiones de los políticos en un pragmatismo coherente y práctico se le hace difícil a muchos políticos, que sometidos por sus formaciones académicas, tropiezan con las realidades de una actividad que envuelve demasiadas pasiones, grandezas y debilidades que muchas veces no son las mejores para el desarrollo de una nación.

Se recurre a los encuentros, seminarios, a los diálogos, reflexiones, etc., de donde surgen sesudas conclusiones, y hasta bien hilvanadas tesis que, si fueran a aplicarse, serían las panaceas para desarrollar a un pueblo. Pero al descuidarse las acciones prácticas como las de proporcionarle mantenimiento a las carreteras, a las escuelas, hospitales o construir nuevas aulas escolares o abastecimiento a los centros de salud, la población comienza a sentir aparecer a los que prefieren teorizar para consumo de los medios, pero con la realidad de no poder reparar, en un acueducto, la bomba de agua en mal estado, que no lleva agua a un sector, surge el desaliento. Entonces se está frente a una pérdida de confianza y de esperanzas, pese a que en otras áreas oficiales muestran más diligencias. Pero si el día a día de gobernar, de garantizar la comida mediante trabajos decentes y salarios por igual no se cristaliza, surgen las apreciaciones negativas y se diluye el apoyo que es necesario para sostener los regímenes democráticos. Hasta ahora los pueblos con vida democrática, desencantados y sin vocaciones para aventuras golpistas, esperan el día de las elecciones para castigar al político, que no supo darle a sus nuevos gobernados nuevos rumbos a sus vidas.

Los políticos en América no puede compartir los criterios sajones de su forma de actuar, e incluso de como actúan los españoles, ya influenciados por los demás países de Europa, ya que la tradición latinoamericana es de hablar mucho pero hacer poco. Recuérdese a los líderes latinos que pasan hasta doce horas en un escenario hablando, sin que luego se traduzca en mejoría de sus pueblos, que si bien podrían exhibir buen grado de educación y de salud, las libertades le han sido extirpadas a nombre de una seguridad y una lealtad que les ha impedido desarrollarse para bien y de la trascendencia del ser humano.

Los políticos deben darse cuenta que el gobernado no vive de ilusiones y de promesas, sino de realidades del día a día, que se manifiesta cuando su salario no le alcanza para vivir, ni mucho menos para disfrutar de algo en la vida, pese a que sus gobiernos muchas veces exhiben realizaciones increíbles en otras áreas. De ahí la sensación de que un gobierno se empantana cuando no existe la retribución extra al humano, que siempre desea disfrutar en un hedonismo natural a su naturaleza y es difícil someterlo a planes de austeridad, cuando no ve una reciprocidad de los gobernantes.

Hay momentos que el pueblo necesita de ajustarse a realidades de una austeridad bien entendida, pero cuando se ve que los gobernantes no dan el ejemplo de frugalidad, sino que el dispendio se manifiesta en todos los órdenes, ya sea con más empleados en exceso o en giras proselitistas para un futuro electoral, entonces, no se le pueden exigir al pueblo que acepte más restricciones con impuestos más elevados, o nuevas cargas, que no se traducen en un mejor sistema de salud, transporte o de educación, sino en precariedades que obligan a gastar más dinero, como es el caso actual de muchos países con combustibles caros. De ahí se desprende que la práctica de políticas de las realidades y de las necesidades no van de la mano con la teoría política, vista desde un cómodo escenario, aislado del pueblo y de sus necesidades más perentorias.

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