¡Cuánta injusticia!

¡Cuánta injusticia!

Por ahí andamos, arrastrando el recuerdo de días de gloria en los cuales nos tocó dar el paso o quedarnos atrás, dar el paso para defender la Patria, mancillada por tropas de los Estados Unidos, en 1965.

Enfrentamos el ejército de ocupación creado por la tiranía de Trujillo para abusar, avasallar a su propio pueblo, pues de eso se trata. No pudieron con la voluntad popular que buscaba instaurar un régimen democrático que, a la postre, resultó manipulado legal y constitucionalmente, para que la sartén siga siendo manejada por los ricos y los muy ricos.

La igualdad que nos dejan es la sobra de la participación en la selección de las autoridades que nos gobernarán con políticas y leyes que mantienen la parte ancha del embudo para los que tienen algo que perder.

Cada cuatro años todos somos iguales, pero resulta que, como algunos somos más iguales que otros, la elección se maneja con dinero, lo que produce un desequilibrio en la representatividad resultante de las elecciones generales.

En la búsqueda de la igualdad luchamos, reclamamos, fuimos apresados, deportados, discriminados, golpeados de distintas formas hasta que fue preciso volver a la guerra entre el pueblo y sus opresores. Eso fue lo que ocurrió en abril de 1965.

Como resultado más palpable tenemos que el imperio, los ricos, la parte retrograda de los iglesia Católica y los guardias, saben que hay que manejarse halando la cuerda hasta el límite que el pueblo entienda que está gobernado “democráticamente” y no se subleve en un frente constituido por hombres, mujeres, guardias, policías, profesionales, estudiantes, amas de casas, padres de familias, desempleados, sin trabajo, obreros, como ocurrió en abril de 1965.

Ante el temor de otro sunami, como el de entonces, nos han gobernado con un paño con pasta, para que creamos que los zapatos están bien brillados.

Eso es lo que explica la inversión de valores dentro de la cual vivimos. Se impuso el tanto tienes, tanto vales, el “usted no sabe quién soy yo”. El oro se impuso a la decencia, la moral y la poca vergüenza fueran echadas por la borda.

La inversión de valores llega tan lejos que a cualquier asesino, ladrón, abusador, violador de los derechos humanos, se le hacen honores militares antes de enterrarlos, es como si los traidores a la Patria fueran quienes merecieran respeto.

Estas reflexiones las provoca la muerte del Comandante Marino Almánzar Toribio, valiente oficial de blindados, prócer de la Patria, a quien no se le hará el homenaje que merece, como ha ocurrido con tantos miles de constitucionalistas que hemos dejado ir sin pena ni gloria, lo cual habla muy claro de esta sociedad de irreverentes en la que hemos permitido que nos conviertan. Loor a su memoria.

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