¿Cuánta más inseguridad ciudadana?

¿Cuánta más inseguridad ciudadana?

BIENVENIDO ALVAREZ-VEGA
Creo que el tema de la seguridad ciudadana ha reemplazado, como cuestión de preocupación general, a la crisis económica. Y no porque ésta haya cedido un tanto, como ciertamente ha ocurrido, si no porque hay una sensación de inseguridad por doquier que se respira, se conversa entre las personas que se juntan en los bares, en los salones de juegos, en las barberías, en las salas de espera de las clínicas, en los centros de trabajo, en los púlpitos de las iglesias y, por supuesto, en los medios de comunicación social.

Se pudiera creer que podríamos estar en presencia de una paranoia colectiva, pero los hechos registrados por los vecinos, por la radio, por la televisión, por la prensa escrita y por la propia Policía Nacional no permite negar esta cruda y tenebrosa realidad.

Los registros mencionados en el párrafo anterior permiten afirmar que ha habido, en los últimos años, una proliferación casi sistemática del robo, el pillaje, la ratería, el crimen espontáneo y organizado, la violencia contra la mujer y, casi en primer lugar, los asaltos, los secuestros y las muertes con evidentes vínculos con el tráfico y consumo de estupefacientes.

Tengo la impresión  de que ha habido una convergencia y explosión de factores personales y sociales que la sociedad dominicana ha venido arrastrando desde hace muchos años. Pobreza extrema cada vez mayor, hogares desintegrados, hijos nacidos prácticamente sin hogares, una emigración que ha roto miles de hogares y ha dejado a miles de hijos sin padres, la difusión de unos valores culturales que premian la riqueza fácil, el robo al patrimonio público y la ausencia de sanciones contra los transgresores de la ley y de las buenas costumbres.

La ausencia de verdaderas políticas públicas para combatir el tráfico y consumo de drogas, el deterioro de la autoridad pública, sobre todo la responsable de perseguir y sancionar a los violadores de la ley, el desprecio del trabajo como la única forma legítima de acumular riquezas, el desprecio con que los grupos educados se manifiestan sobre la familia tradicional y sus valores, y la renuncia de buena parte de la sociedad a ser dirigidos, a todos los niveles, por los mejores hombres y las mejores mujeres, por los hombres y mujeres con conocidas hojas de servicio y de comportamiento cívico.

Los dominicanos tenemos que admitir que admiramos más a quienes tienen dinero mal habido, conocidos casi todos, que a quienes han vivido dentro de la modestia económica con buen comportamiento y con servicios públicos reconocidos. Esta es la pedagogía que reciben nuestros hijos, nuestros adolescentes, nuestros jóvenes.

El análisis de lo que está ocurriendo no puede excluir a los gobiernos, a todos los gobiernos, y a la mayoría de los empresarios que han convertido los salarios y los sueldos en signos de vergüenza y de pobreza. Desde 1966 a la fecha ha habido en el país una perversa acumulación de capital que ha expulsado a unos a la emigración, a otros al pluriempleo extenuante o al macuteo para completar el presupuesto familiar.

La existencia de gobiernos sucesivos que solo administran, en los hechos, para los pudientes, ha disminuido la estima y la confianza de las autoridades ante millones de ciudadanos y ciudadanas. Estos desconfían de las autoridades y creen, como revelan las encuestas, que estos no tienen mayor interés en ellos. También consideran que nuestros políticos solo están interesados en enriquecerse.

Es decir, la delincuencia menor y mayor que hoy se pasea por las calles y avenidas, por todo el país y por todos los barrios y sectores, es, probablemente, el resultado de una larga enfermedad que los dominicanos no hemos sido capaces de identificar y de tratar de curar cuando era posible hacerlo con esfuerzos relativamente mínimos.

Pero el país necesita liberarse de esta inseguridad y de este ambiente de pillaje, robos, asaltos, crímenes, secuestros, violencia doméstica y raterías. Porque si no lo hacemos, dentro de poco entraremos en una fase de disolución social que hará la vida más difícil para todos y espantará nuestro promisorio turismo.

Como muy bien saben los profesionales de la medicina, cuando el paciente entra en una fase de extremo cuidado todos los esfuerzos son igualmente válidos. Este ejemplo vale mucho para la tarea que la sociedad dominicana tiene por delante, con o sin  la participación del gobierno. Hay que hacer lo que hay que hacer, porque los hechos están ahí para quienes quieran verlos y considerarlos.

bavegado@yahoo.com   

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