¡Cuánto hemos cambiado!

¡Cuánto hemos cambiado!

Cualquier expresión o actitud dirigida a objetar los cambios que impone la modernidad, es tarea inútil. Las sociedades son las que deciden hacia dónde un país debe dirigir sus pasos.

Las obras las va requiriendo el crecimiento horizontal de las ciudades y la dinámica comercial.

Naturalmente, me refiero a las estructuras e infraestructuras que deben sustentar las transformaciones físicas de una ciudad, un pueblo o  determinada comunidad urbana.

Hablo de las facilidades que deben ofrecerse a la población, para que lleve  una vida más cómoda, más en consonancia con su progreso económico y social.

Pero las naciones también necesidad de contar, paralelamente, de servicio educativo y planes de salud acordes con los avances que registra en el tiempo.

Nada hacemos con tener grandes avenidas, centros comerciales confortables y tiendas espectaculares, si la gente no posee el adecuado nivel educativo para dar muestras de urbanidad y decencia.

El uso de los espacios urbanos de Santo Domingo se ha convertido en un verdadero abuso.

No abunda ya el ciudadano respetuoso del ornato y la limpieza, aquel que pide excusas si tropieza con usted en algún lugar de gran concentración de público.

Escasea el peatón que brinda un afectuoso saludo a los demás transeúntes.

¡Y ni hablar de los abundantes conductores que, en censurable actitud, se niegan a ceder el paso y a obedecer las señales!

Santo Domingo va mostrando parcialmente su lado moderno, pero oculta aún la zona más importante: la de las buenas costumbres y el apego a las normas.

¡Cuánto hemos cambiado en este país!

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