Cuarenta años de economía dominicana

Cuarenta años de economía dominicana

POR JOSÉ LUIS ALEMÁN SJ
En lo que va de año dos obras notables, realmente excepcionales, han enriquecido nuestra bibliografía económica: el Desarrollo Humano del PNUD bajo la dirección de Miguel Ceara y Cuarenta Años de Economía Dominicana de Carlos Despradel. Ambas obras están destinadas a convertirse en referencia obligada para todas las personas, no necesariamente sólo los economistas, que estudian el país y tienen además preocupación por un proyecto de nación.

Las perspectivas de ambos economistas son diferentes pero complementarias: Ceara, se inspira en el paradigma del desarrollo humano como objetivo de la economía y a su luz analiza nuestra situación y perspectivas; Despradel examina las dificultades y logros de un prerrequisito de ese desarrollo, la estabilidad macroeconómica. Dedico este artículo a presentar el libro de este último.

LA PERSONA

Todo libro manifiesta la personalidad del autor. Pero hay algunos que la retratan. Así sucede en Cuarenta Años de Economía Dominicana. Por eso es bueno, a la hora de evaluar, saber algo de su vida. Despradel ha sido un economista privilegiado por haber podido dedicar cuarenta años al estudio, a la formulación y a la evaluación de políticas cambiarias y crediticias de República Dominicana. A esta dedicación le han ayudado el ambiente intelectual «aristocrático» -nunca burgés de su familia- y la impresionante lista de cargos públicos asumidos: Asesor del Gobernador del Banco Central desde muy joven, Gobernador del mismo Banco, Embajador ante Washington, miembro de la Junta Monetaria, Secretario Técnico de la Presidencia y negociador en varios Acuerdos con el FMI. El cargo no hace a la persona, como tampoco el hábito al monje, pero ayuda. La experiencia pública vivida durante tantos años y en tantos cargos se complementa con 18 años de asesoría privada macroeconómica sobre la situación del país y proyectos de ley a asociaciones empresariales y al Congreso. Con gusto recuerdo los programas televisivos «Orientación Económica», los artículos de «Actualidad Económica» y los «Informes al Congreso».

Para Despradel la búsqueda del bien común, no de la riqueza, es el norte de su vida; los problemas experimentados por el país en crisis monetarias y cambiarias, de colosales alzas de los precios del petróleo y caídas de la demanda de bienes exportados (1979-1985), de inflaciones de origen fiscal (1990) y de catástrofes bancarias ( 2003) encarados no como espectador crítico sino como artífice de remedios dentro y fuera del país le enseñaron, casi le obligaron, a anteponer el bien del país al lucro personal. Pero no nos equivoquemos: es posible vivir esas experiencias y aprovecharlas para triunfar económicamente. Despradel mostró que tenía otra fibra moral.

Otra característica de su personalidad es la ascética envidiable de buscar entender la realidad sin obsesionarse con distribuir culpabilidades entre los demás. Inteligente como es y habituado a la introspección conoce bien el poder de los intereses económicos y partidistas pero ni se empeña en atribuirles la responsabilidad principal de los males del país ni se dedica a la práctica del «morbo» de la chismografía política ni a la maniquea dedicación de dividir a los dominicanos entre buenos y malos. Trata de comprender y busca soluciones «óptimas» o al menos confiesa su impotencia para hallarlas después de exponer las existentes. No pierde el tiempo haciendo de fiscal económico.

Despradel, como Santo Tomás More, el canciller perfecto de la Inglaterra de Enrique VIII, es un hombre «for all seasons», para tiempos de paz y prestigio y para tiempos de prueba y afrentas. Me llamó particularmente la atención el que en los momentos difíciles del 2003 decidiera dejar la vida privada para reintegrarse a la actividad pública como Secretario Técnico de la Presidencia: «consideré que no podía negarme… pues se trataba también de un Presidente cuyo Gobierno estaba atravesando por una coyuntura desfavorable, que requería la ayuda y cooperación de todos, para poderla superar. Una actitud contraria de mi parte hubiese sido simple egoísmo, como sucede con muchos que no quieren comprometerse, pero que se pasan la vida criticando a los que asumen responsabilidades públicas con el sólo deseo de servir al país» (p. 293).

Para comprender por qué Despradel ha desempeñado tantos cargos públicos importantes y practicado con éxito tanta actividad de orientación es imprescindible tener en cuenta su preparación académica. Sin ella hubiera sido, aun en contra de su deseo, juguete de la moda política. Fue el primer graduado en economía de la UASD y estudió maestrías y postgrados en Manchester, en el Instituto de Estudios Sociales de la Haya y en Yale. Saber: sabe. Y cuando al saber se añade tener los pies en la tierra y la cabeza fría se logra el economista que Keynes describió en su famoso boceto biográfico de Alfred Marshall

LA OBRA

La Introducción expone el hilo conductor y a la vez el principal resultado de su penetrante estudio sobre la economía dominicana a partir de la revolución de Abril de 1965: dos factores externos: los precios del petróleo y los ciclos económicos de los Estados Unidos, estos afectados por aquellos, favorecieron o limitaron nuestra economía al impactar el flujo de divisas procedentes del comercio exterior, de los préstamos y de las inversiones directas del extranjero incidiendo sobre la disponibilidad de divisas y consecuentemente sobre el tipo de cambio, variable clave para la estabilidad de precios. Consiguientemente cada vez que los Gobiernos han intentado acelerar nuestro crecimiento a través de políticas fiscales o monetarias más allá de la capacidad de nuestro sector externo las consecuencias han sido inflación e inestabilidad y la política económica ha tenido que convertirse en una de ajustes reduciendo la demanda.

Podemos decir que es éste el paradigma típico de los Bancos Centrales, del Fondo Monetario Internacional y de muchos estudiosos del desarrollo económico. No menos cierto es que para países pequeños con economías abiertas el financiamiento externo parece prerrequisito de cualquier política pública hasta de desarrollo humano.

Como era de esperar nuestro autor tampoco cae en el simplismo de negar importancia a factores internos como codeterminantes de nuestras grandes crisis cambiarias. En concreto da importancia grande y no precisamente positiva a varios «grupos» empresariales, a dirigentes de partidos políticos, y al culto al consumo suntuario de nuestros ricos en el manejo de políticas de ajuste. Nada nuevo para quien ha tenido alguna experiencia de nuestras realidades políticas pero valiosas por venir de un testigo de singular importancia aunque siempre respetuoso de la confidencialidad que merecen estos actores económicos.

Como buen burócrata en el sentido positivo de Max Weber cree el autor que la falta de continuidad, por presiones partidistas, del personal técnico y administrativo de las instituciones públicas, con la conocida excepción casi única del Banco Central, es corresponsable de una mayor longitud y más grande ampliación del ciclo económico:

«Por estas razones… el Banco Central ha tenido que llenar el vacío que no han podido cubrir otras instituciones del Estado Dominicano. Esto se ha debido, en gran parte, a la insensata actitud asumida por numerosos funcionarios de diferentes gobiernos, que con poca visión de Estado y un egoísmo partidista irresponsable, cuando han llegado al Poder han removido de sus cargos hasta servidores de cuarta y quinta categoría, para dar cabida a su militancia política, y peor aún, a sus allegados, sin importar les la eficiencia ni la capacidad de la misma Administración Pública, que esa misma actitud ha socavado» (p. 18).

No menos explícito es su juicio sobre algunos empresarios que en busca de beneficios extraordinarios y de poder social y político entorpecen la gestión pública. Oigamos sus reflexiones sobre las causas que condujeron al fraude bancario de 2003:

«Empero, ahí (en la debilidad de las instituciones públicas y de las auditorías externas) no está todo el origen del problema. Una buena parte se debe al excesivo poder que han logrado concentrar algunos sectores económicos, lo cual los hace prácticamente invulnerables. El enorme poder acumulado por determinados grupos empresariales en las últimas décadas, ha obligado a los políticos a buscar vínculos con estos influyente sectores para canalizarlos a favor de sus respectivos partidos o sus tendencias, lo que generalmente ha tenido un alto costo para el Estado, pues estos apoyos políticos nunca son gratuitos.

Para inicios de este siglo, los propietarios de BANINTER habían alcanzado un poder económico y social extraordinario. No sólo tenían a su disposición los recursos del banco que manejaban a su discreción, sino que además, controlaban el principal periódico del país y otros más… eran propietarios de canales de televisión y numerosas estaciones radiales… mantenían en sus nóminas a destacadas personalidades, y si esto no fuese suficiente, eran también amigos personales de los últimos presidentes de la República, con los cuales se reunían regularmente.

La única explicación de por qué durante ese largo período de tiempo no fueron detectadas (las malas prácticas contables), sólo se puede encontrar en el poder acumulado por sus propietarios, no únicamente en la incapacidad de las autoridades de turno» (pp. 318, 320).

De la tantas veces silenciada propensión al consumo conspicuo dice Despradel:

«Nuestro temperamento latino, tan propenso al consumo conspicuo, llevó a la clase más adinerada a una competencia por el gasto ostentoso. Entre otras manifestaciones de bienestar, proliferaron los vehículos de lujo, a tal punto que el parque vehicular llamaba la atención de los visitantes extranjeros.

En esos seis años (1994-2000) importamos alrededor de 430,000 automóviles, cifra muy significativa para un país pobre con unos 8.0 millones de habitantes. Los más adinerados no se conformaron con los vehículos de lujo y comenzaron una competencia por los yates, los aviones ejecutivos y los helicópteros. Muchos nuevos edificios se construyeron con heliopuertos, no sólo como signo de prestigio, sino también para facilitar las ventas de sus locales. Se trataba de los años de la gran prosperidad.

Siempre me he opuesto a que el Estado Dominicano facilite este consumo innecesario, que en nada contribuye a nuestro desarrollo económico y que más bien atenta contra nuestra paz social, pues crea expectativas en la clase pobre que luego el propio sistema les niega. Así lo manifesté públicamente por todos los medios a mi alcance, aun cuando esta posición me trajo muchos disgustos, con mis propios amigos…

Al final nos metimos en la trampa del consumo, pues como este es relativo, ya no nos satisface una yipeta que puede tener cualquier hijo de machepa, sino que deseamos la más grande, a la cual sólo tienen acceso los más adinerados, y eso es lo que queremos demostrar, que pertenecemos a esa clase» (pp. 217, 218, 219).

Creo que así se dejan condensar las enseñanzas de este libro. Su encanto, sin embargo, se manifiesta en la descripción detallada tanto del origen como de los intentos por enfrentar nuestras tres grandes crisis del período posterior a 1965: la del petróleo de los Gobiernos Guzmán-Jorge Blanco, la de la inflación del Balaguer de los diez años y la bancaria de Mejía.

Como es inevitable en cualquier análisis donde el escritor es actor importante el resultado refleja su papel histórico y acentúa la bondad de sus actuaciones. Sin embargo, confieso que Despradel arguye siempre con datos, realismo y con algo de pasión sin ocultar el sentido que encuentra en ellos. A mí me convence el conjunto, la inmensa mayoría de sus piezas y el sentido e interpretación que atribuye a los hechos de los cuales fui participante. Sólo he encontrado dos omisiones importantes pero no significativas: el sistema de encajes selectivos ideados por Julio César Estrella para los diversos sectores económicos orientado al financiamiento bancario de inversiones a largo plazo y la nacionalización de la Rosario que permitió a corto plazo tapar buena parte del agujero fiscal de la crisis del petróleo pero que creó a largo plazo una mala imagen para la credibilidad financiera de la República. Reconozco, sin embargo, que las críticas por omisión son fáciles y multiplicables «in infinitum» y, en este caso, no afectan las hipótesis planteadas.

EL LARGO PLAZO DE DESPRADEL SEGÚN EL EPÍLOGO

Opino que los mayores esfuerzos realizados por las políticas públicas en estos cuarenta años, muy en especial la monetaria, cambiaria y fiscal, han descuidado un tanto la búsqueda de metas a largo plazo para el país. Sin duda la ley 299 y las regulaciones bancarias ayudaron notablemente a industrializar el país. Hubo también políticas fiscales exitosas para el desarrollo del turismo y de las zonas francas. Buena parte de las inversiones en infraestructura física y tele comunicativa operó como economías externas que facilitaron las inversiones privadas. Pero, especialmente en las crisis, se pierde la perspectiva de futuro y se concentran todos los esfuerzos en resolverlas y en crear consenso entre los actores económicos que más tarde se muestran inoperantes o dañinos.

Las políticas públicas no pueden limitarse a la búsqueda de estabilidad monetaria y fiscal. Hay que preguntarse siempre qué metas políticas pueden y deben perseguirse. Aunque no ha sido éste el campo de batalla en el que nuestro autor ha librado sus luchas, es él demasiado buen economista para no preocuparse por un «Proyecto de Nación»:

«no nos deben bastar las altas tasas de crecimiento del Producto Interno Bruto que hemos tenido en algunos períodos de bonanza económica, si sabemos que las mismas son necesariamente pasajeras, no por la adopción de malas políticas económicas coyunturales, sino por las vulnerabilidades estructurales que padece la economía dominicana.

Todavía son muchos los dominicanos que se han quedado al margen del De… (el) progreso material. ¿Qué pudimos hacer mejor?

En primer lugar, nos urge definir un proyecto de Nación… Es absolutmente necesario encontrar un equilibrio que pueda armonizar los legítimos intereses de lucro a corto plazo que dan dinamismo al sistema de libre empresa, con el interés de un desarrollo a mediano y largo plazo, el cual debe ser responsabilidad del Estado. Tenemos que someter a un juicio crítico las bondades de la «mano invisible», pues en nuestras empobrecidas naciones, ha quedado demostrado que muchas veces sólo ha servido para que una relativa minoría privilegiada, se beneficie a expensas de las grandes mayorías.

Hemos visto repetidamente en el pasado, que muchas veces no podemos ponernos de acuerdo sobre las bondades de determinadas políticas económicas o sociales, pues sencillamente no tenemos un marco que nos sirva de referencia para poder evaluarlas, es decir, para poder precisar si se a ajustan a nuestros planes a mediano o largo plazo, y consecuentemente, si son coherentes con las metas que nos hemos trazado» (pp. 361, 362, 364).

Específicamente pide Despradel: saber cuáles son los sectores productivos sobre los que descansará el futuro económico y el empleo de nuestra población; contar con un programa energético que nos haga menos vulnerable a aumentos de los precios internacionales del petróleo; desarrollar una base tecnológica que sustente un crecimiento sostenido; dedicar un alto porcentaje del gasto público a la educación, ya que todavía no estamos persuadidos de esta realidad incuestionada; la principal prioridad viene dada por nuestra vecindad a Haití. Hay que enfrentar esta realidad con la determinación que su gravedad requiere.

CONCLUSIÓN

La mejor la ofrecen las últimas frases del libro: «Si el lector comparte conmigo que estos son sólo algunos de los retos más importantes que tenemos por delante como Nación, debe también pensar que la tarea que nos espera es tan formidable que sería absurdo pretender que la podremos superar, mientras persista en nuestro medio la creencia por parte de algunos grupos de nuestra sociedad, de que son poseedores de la verdad absoluta y de que son los únicos predestinados a encausar esta nación por las sendas del progreso. Mientras esta obstinación se mantenga en algunas mentes, y mientras la sociedad dominicana se debata entre los «buenos» y los «malos», no habrá ninguna posibilidad de que nos podamos concentrar en nuestros verdaderos problemas y nos pasaremos el tiempo en polémicas públicas estériles».

Quien tenga oídos para oír que oiga.

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