Cuarenta años después

Cuarenta años después

R.A. FONT BERNARD
En su mensaje a la nación, el 20 de enero del 1965, el Presidente de los Estados Unidos de América, Lyndon Johnson, reconfirmado por la votación más decisiva de la historia de aquel país, anunció que habían treinta y tres mil «asesores» militares norteamericanos en Vietnam del Sur. Pero el 28 de abril del preindicado año envió cuarenta y dos mil «marines» a nuestro país, bajo el alegato de que la revuelta popular iniciada el día 24, en demanda de la reposición del profesor Juan Bosch en la Presidencia de la República, había sido infiltrada por los comunistas. Entre estos figuraban, conforme a la apreciación de la CIA, el doctor Hugo Tolentino, y el poeta Pedro Mir.

La aventura militar norteamericana terminó en nuestro país con una solución de compromiso, pero provocó inquietantes dudas acerca de la capacidad del Presidente Johnson para ejercer el poder con una confiable credibilidad acerca de sus conocimientos en el área de la política internacional.

En Vietnam, el Presidente Johnson se negó a reconocer la derrota del ejército de Saigón, asesorado por los «marines», bajo el predicamento de que los Estados Unidos no podían ser derrotados allí. «No seré el Presidente que vio el sudeste de Asia seguir el camino de China», declaró en una ocasión.

El siete de marzo, dos batallones de la Infantería de Marina desembarcaron en Vietnam del Sur, y el día 25 entraron en combate, contrariando la opinión de la mayoría de los expertos militares. Para el Pentágono, era difícil admitir que un poco más de potencia de fuego no acabaría con aquellos «miserables» guerrilleros, alimentados con arroz, y abastecidos por patrullas, que llevaban sus armamentos en la espalda, por senderos abiertos en la selva.

Para mediados del año 1968, las fuerzas militares norteamericanas sobrepasaban el medio millón de soldados, y las bajas se contabilizaban en los términos de treinta mil muertos y más de cien mil heridos. Y para los días finales del año, habían lanzado sobre el territorio del Vietnam del Norte más toneladas de bombas que las que cayeron sobre Alemania y el Japón en la II Guerra Mundial.

Para los militares norteamericanos, y sus socios de la industria de armamentos, si el Vietnam se tornaba comunista, caería todo el sudeste de Asia, el océano Pacífico se tornaría en un «mar Rojo», y la línea de defensa de los Estados Unidos retrocedería hasta California. Se insistía en que «bloque militar chino-soviético», y particularmente de la China Roja, buscaba extenderse por el sudeste de Asia por medio de agentes del régimen comunista de Ho-Chi-Minh en Hanoi, el Viet-Cong.

Una victoria comunista haría que las naciones del sudeste de Asia se inclinasen hacia la China comunista, lo que les parecía lo que los Balcanes habían sido para la Alemania Nazi, después de Munich. «No soy el idiota del pueblo», declaró el secretario de Defensa Dean Rusk, yo sé que Hitler era austríaco y Mao es chino, pero lo que hay de común entre las dos situaciones es el fenómeno de la agresión».

Contra esa guerra se produjeron en los Estados Unidos numerosos movimientos de violencia, agraviados por la participación del entonces llamado «poder negro», decidido en llevar adelante la misma política étnica que habían aprovechado en su tiempo las minorías irlandesas. Predicaban el «nacionalismo negro» un elocuente líder llamado Malcolm X y el pacifista Martin Luther King, asesinado el día 4 de abril del 1968.

La presencia militar norteamericana la había iniciado el Presidente Kennedy, y le correspondió al Presidente Richard Nixon, tras su triunfo en las elecciones del 1968, iniciar una significativa reducción de los quinientos ochenta y tres mil soldados, a los que se había llegado, en la administración del Presidente Johnson. Un libro publicado, venciendo la oposición de la CIA, titulado «El Informe Mc’ Namara», revelaba las intrigas y las disparidades entre los políticos y los militares norteamericanos, que dieron lugar a los diez años de guerra en el sudeste asiático, en la que la primera potencia militar del mundo, salió derrotada, viéndose obligada a negociar con unos hombrecillos del tercer mundo que se alimentaba exclusivamente con el consumo de arroz.

Veinticinco años después, ya los Estados Unidos, desinteresados de la contención del comunismo en el Vietnam del Norte, el Presidente Bill Clinton desembarcó en el Aeropuerto Internacional de Fan-Son-Nhat, una ex base aérea norteamericana durante la guerra. Allí manifestó, simbólicamente, su interés en localizar los restos del capitán Lauréese Evert, cuyo avión de caza cayó abatido el 11 de agosto del 1967. No dijo, desde luego, que la mayor parte de los sesenta y ocho mil jóvenes militares caídos en la aventura anticomunista en el sudoeste asiático, yacían en tumbas ignoradas. Se iniciaba la etapa de la globalización, y a los Estados Unidos les interesaban las reservas minerales y el mercado de más de cien millones de habitantes, proyectados hacia los dos Vietnam.

Como el título de la novela de Paul Valery, «la guerra había quedado atrás». El Presidente no podía imaginar que cuarenta años después de la aventura del Vietnam, los intereses empresariales de su país lo llevarían nueva vez a una trampa, esta vez en Irak. Es el sino de un país obsesionado por confirmarse como el heredero de la «Roma Imperial». Curiosamente, la invasión militar de Irak se ha producido aproximadamente cuarenta años después de la de nuestro país. Aquí «para contener el comunismo en el área del mar Caribe». En Irak, para supuestamente, instaurar en aquel país la democracia.

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