En los últimos meses de su mandato, el presidente de la República, ingeniero Hipólito Mejía Domínguez, ha sufrido una metamorfosis que ha dejado sorprendido a unos y, a otros, con la satisfacción de ver confirmada una sospecha inquietante.[tend]
Cuando Mejía asumió la dirección del Estado lo hizo con una definición clara y definida con relación a lo que quería e iba a hacer. Su gestión se concentraría en redimir a las masas sufridas del espectro de la miseria y de las desigualdades sociales.
Con gran simpatía y esperanza fue recibido por el pueblo su discurso y los delineamientos que hacia sobre la situación del país.
Desde el 1996 hasta el 16 de mayo del año 2000, el entonces candidato presidencial del PRD se desplazó por los campos, los bateyes, pueblos y ciudades condenando las actuaciones de una gestión que entendía estaba sumergiendo el pueblo dominicano en una situación de pobreza extrema y de injusticia social.
Condenó hasta más no poder la corrupción que consideraba se había articulado dentro del partido que tenía la rienda del Estado, el despido de obreros en los ingenios, la venta de las empresas estatales, los viajes del doctor Leonel Fernández Reyna y todo lo que tenía que ver con el neoliberalismo.
Su hablar franco y campechano fue recibido con gran entusiasmo y simpatía entre los ciudadanos. Y se combinaba con todo esto el recuerdo que tenía el pueblo sobre su eficiente gestión al frente de la Secretaria de Agricultura durante el gobierno de don Antonio Guzmán Fernández.
Hipólito fue capaz de lograr que el campo volviera a florecer y parir alimentos tras el embate aguerrido del huracán David, que dejó el país en un estado de desolación.
No sólo encantó con su estilo y eficiencia a Guzmán Fernández, lo hizo también con el doctor José Francisco Peña Gómez y con el extinto expresidente Joaquín Balaguer. Finalmente, su rostro sonriente envuelto en el blanco distintivo de un partido grande y de extirpe histórica se proyectó tanto a lo largo y ancho de la nación que el 16 de mayo del año 2000, los votos le favorecieron con gran ventaja.
Sin embargo, a pocos meses de terminar su cuatro años al frente de la cosa publica, la gestión de Hipólito Mejía se ha empantanado en una crisis preocupante y aguda. La población se encuentra asfixiada con el indetenible incremento de los precios de los alimentos, de la tasa del dólar, el colapso del sistema energético, con el agravante del aumento en las tarifas, de los combustibles y la deficiencia de los servicios públicos y con acusaciones perniciosas sobre niveles de corrupción.
Los sectores productivos pegan el grito al cielo por la colocación de impuestos, la persecución fiscal y la demanda de recursos.
La revista The Economist acaba de hacer una radiografía sucinta de cómo están las cosas ahora mismo en este país en mano de Hipólito Mejía.
El medio dice claramente que el Presidente es impopular, que sus antiguos correligionarios de la clase pobre han sido golpeados por el derrumbe del peso dominicano, que perdió la mitad de su valor frente al dólar el año pasado, la inflación estimada en un 35%, los apagones y la muerte de ciudadanos a mano de la policía por la expresión de disgusto y la lucha por una mejor condición de vida.
Sin embargo, a pesar de todo esto y de las tantas veces que afirmó y requeteafirmó que entregaría el poder tan pronto termine, Mejía ahora insiste en querer seguir gobernando por cuatro años más.
¿A qué se debe su insistencia cuando él más que nadie reconoce que tiene en su contra todo este cúmulo de maldades?
Una de las razones para esto es lo que él mismo manifestó hace ya algún tiempo cuando mostró su agrado y complacencia por el «carguito». Le ha pasado lo mismo que a los demás expresidentes, que no quieren soltar la posición después que llegan. Y este apego egoísta ha sido la causa de muchos problemas sociales, políticos y económicos en el país.
Pero existe otra razón, y es la que parece tener más peso. El no quiere salir del poder dejando un lastre tan funesto, odioso y espeluznante. El entiende que una segunda oportunidad le permitirá cambiar todo este panorama y dejar una mejor imagen ante la historia. Lo malo de esta gestión lo justifica diciendo que todo se ha venido en su contra: panorama internacional terrorismo y precios combustibles , la animadversión de sectores enemigos y, sobre todo, el agujero de Baninter.
De ser así uno podría decir que se trata de una intención lógica y valiente.
Pero uno no cree que el éxito que le ha acompañado hasta ahora continuará siguiéndole ante un pueblo que gime de sufrimiento y cuya paciencia llega al limite final.
Si hay algo que ha causado históricamente males a los pueblos en todas partes del mundo es el empecinamiento de sus gobernantes cuando factores negativos desdicen de su capacidad de gestión.