Cuatro escuelas a punto de desalojo

Cuatro escuelas a punto de desalojo

POR MARIEN A. CAPITAN
Azua.-
Aunque requieren de condiciones especiales para poder concentrarse y aprender, los alumnos de la Escuela Especial Célida Lisa Pérez de Crespo tienen que recibir clases en espacios oscuros, incómodos y extremadamente calurosos.

Lo peor, tal como cuenta la directora del centro, Carmen Josefina Montero, es que la institución cuenta con un nuevo plantel que está casi terminado: sólo le falta que terminen los baños y coloquen las verjas de seguridad. También que se repongan algunas puertas, lavamanos y llavines que han sido robados a causa de la soledad de la edificación.

Solicitándole a la secretaria de Educación, Alejandrina Germán, que disponga que se reinicien los trabajos de terminación del edificio para que así se puedan mudar, Montero apuntó que para mudarse también necesitan los equipos que requieren estos alumnos.

Tras indicar que la mayoría de ellos tiene retardo mental, Montero indicó que están trabajando en condiciones demasiado precarias, lo que hace que el aprendizaje de estos niños se dificulte aún más.

Lo que sucede cuando se va la luz ilustra muy bien cuál el problema que enfrentan: las aulas son tan oscuras que los niños tienen que ser sacados a la galería y la marquesina de la casa en la que están trabajando.

Una vez allí, escribiendo sobre las paredes que han sido pintadas de verde para que puedan hacer las veces de pizarra, los profesores luchan con ahínco para que los niños no se entretengan con los motores, carros y transeúntes que ven desde las calles.

Los niños que se quedan dentro son los que ocupan las aulas que están más cerca de la calle y, por tanto, tienen un poco más de claridad. En ellas, sin embargo, la visión se dificulta y leer la pizarra puede ser casi una osadía.

Pero si ver es incómodo, no ahogarse por el calor es más difícil  todavía. «Aquí estamos sancochando niños, no dándoles clases», apuntó Montero mientras mostraba las instalaciones.

Al llevar al área de orientación y terapia del habla, el mundo comienza a apagarse: aquí empieza el área más oscura de la casa. Al final del pasillo, donde están las dos aulas en las que debería tomar clases los niños que están en la marquesina y la galería, se descubre que no se ve prácticamente nada. Por ello, le han puesto el mote de la «boca del lobo».

Fuera de esta zona, en un pasillo arrinconado, convergen los alumnos de tres «aulas» que se dejan cobijar por una tímida rancheta de plywood y techo de zinc en la que, aunque hace calor y están demasiado pegados, al menos hay algo más de ventilación.

 

EL NUEVO EDIFICIO

Ubicado en el barrio Quisqueya, el edificio de la escuela tiene diez aulas, una amplísima biblioteca y seis espacios que serán destinados para los consultorios en los que se ofrecerán las terapias que necesitan los menores.

En estos espacios, completamente terminados, ya se han robado cinco lavamanos que fueron despegados completamente. A pesar de ello, el día que quieran trasladarse habrá que volver a pintar un poco las paredes.

Esto, sin embargo, no es nada en comparación con lo que sucede con una de las aulas que están al fondo del lugar: tiene seis profundas grietas (cuatro de ellas van del suelo al techo) que hablan de que el aula podría derrumbarse. La construcción, al parecer, tiene algunos vicios porque también hay una de las columnas de soporte que está resquebrajada.

 Amén de esto, y de las cinco puertas y las dos cerraduras que ya se han hurtado, el plantel es sumamente grande, abierto y confortable. Sería, de terminarse, el lugar ideal para unos niños que no cuentan con las condiciones mínimas para aprender.

 

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