Cuatro estaciones; la voz y el eco

Cuatro estaciones; la voz y el eco

FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAUX
La retórica antigua estuvo dirigida, principalmente, a la persuasión del oyente; era una técnica oratoria destinada a un publico o auditorio. El ritmo y el equilibrio de las partes de la oración constituían medios para transmitir afectos. La gramática tradicional tenía por objeto la corrección de la escritura. Gramma es letra. La primera establecía las normas para la elocución; la segunda, las reglas para la expresión escrita. Con esas dos disciplinas se esperaba enseñar el arte de hablar con eficacia y el oficio de escribir con propiedad.  Del mismo modo, las herederas históricas de la retórica y la gramática, la filología y la lingüística, asumen también papeles parcialmente contrapuestos.

La filología es una ciencia que nos permite descifrar un texto, nos ayuda a exprimir el contenido último del conjunto de palabras que compone un escrito. Con la filología logramos apresar un conocimiento, si bien preciso y limitado: el esclarecimiento de un texto concreto. En la filología los polos básicos del asunto son: la comprensión por parte del lector, y el salvamento de la integridad del texto. Llegar a comprender, conservando entero el valor del texto. La lingüística, en cambio, es una clase de investigación orientada por vectores contrarios. En lugar de interpretar la integridad de un texto literario, el lingüista prefiere atomizarlo, dividirlo en sus elementos constitutivos. En vez de filiar verdades insertas en el texto, en busca de conocimientos firmes y fundados, elige el camino de la “falsación”. Entre verificación y falsación escoge la última. Las falacias del lenguaje, una vez descubiertas e identificadas, nos conducen  a la imposibilidad de conocer el texto. Quizás por eso haya dicho Umberto Eco que la semiótica estudia todo aquello que pueda usarse para mentir. La nueva filosofía del lenguaje propone la imposibilidad, no solo de conocer un texto, sino de alcanzar cualquier conocimiento. Quedan así destruidos: “el sentido humano” del texto, qué es su integridad expresiva, y la esperanza de penetrarlo cognoscitivamente. Retórica, gramática, filología y lingüística son estaciones de una faceta especial de la historia de la cultura. De la historia comunal del hombre frente a sus recursos expresivos, del acopio milenario de signos, voces, gestos, caligrafías, atesorados por todas las civilizaciones. Si se parte de que las operaciones intelectuales están condicionadas o sometidas, que las reglas del idioma aprisionan la “capacidad enunciativa” del sujeto que piensa, no es de extrañar que Wittgenstein quisiera darle un “hierrazo” a Karl Popper por pretender formular, con los vocablos de la lengua, una filosofía, esto es, un conocimiento “en tierra firme”.

La historia de la literatura –si se quiere de las literaturas– presenta un cariz opuesto al de los “reglamentos” de la retórica y de la gramática. El hecho de que existan preceptivas literarias, teorías “de la expresión poética”, manuales de estilo, normas para “el arte de la versificación”, no debería confundirnos. La literatura brota del choque directo del hombre con la naturaleza y la sociedad en las cuales está inmerso, implicado personalmente de manera perentoria. La literatura es un acto primario, un grito, un quejido; es himno, desgarramiento, sorpresa, adoración, entusiasmo, terror y placer. La literatura puede contener vida sentida, atestiguada, sufrida o gozada, guerreada y disfrutada. Intenta atrapar la vida, sea personal, social o histórica. El enorme yacimiento de la vida humana se manifiesta a través de diversos grifos o manaderos: líricos, épicos, dramáticos, narrativos, estimativos, reflexivos. Los géneros de la literatura son condensaciones o resultados de las corrientes que han fluido por  esos grifos en el curso de las edades. La literatura es primariamente “reactiva” y solo secundariamente “legislativa”.

Retórica, gramática, filología, lingüística, son actividades posteriores a la literatura. Esas cuatro disciplinas viven de la literatura como hormigas de un insecto o bacterias de un cadáver. Los hablistas, “palabrólogos”, lexicógrafos, gramáticos, retóricos, lingüistas, ejercen un poder ritual sobre la literatura. Pero se trata de una liturgia ex-post, como dirían los economistas. El “saber” de los gramáticos griegos se aplicó tardíamente a los maravillosos textos de Homero. La Iliada y la Odisea recrean, en el siglo VIII AC, unos sucesos ocurridos en 1190 AC. Los gramáticos examinaron los hexámetros de Homero dos o tres siglos después de la muerte del poeta.

Umberto Eco lleva un apellido simbólico, apropiado para lingüistas. Eco es el nombre de una ninfa de la mitología romana a quien la diosa Juno, esposa de Júpiter, convirtió en roca. La condenó –por haber mentido– a repetir las ultimas palabras de aquellos que la interrogaran. Los lingüistas descomponen textos con sentido completo hasta verlos pulverizados, convertidos en lexemas, morfemas, fonemas. El poeta sevillano Antonio Machado aguzaba el oído –según declaró en un poema- para “distinguir las voces de los ecos”. Los lingüistas son hoy mandarines de las letras en Francia, en España, en Alemania, en los EUA, en Rusia, en Italia. Han logrado asustar a los escritores, a los poetas, pensadores y dramaturgos. Todos ellos sufren actualmente dolorosos ataques de duda. Los lingüistas han provocado inseguridad en los “ministros” de esos viejísimos oficios.  Los verdaderos literatos ya no son “profesionales” de las letras; son unos “bobos o ingenuos”, cuya misión “involuntaria” es enriquecer el lenguaje.  ¿Cuántos lingüistas pueden escribir buenos poemas, apasionantes novelas, novedosos ensayos? Es evidente que Umberto Eco puede componer ensayos y novelas. ¿Hay otros lingüistas en los cuales haya retumbado el eco de Umberto Eco?

henriquezcaolo@hotmail.com

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