Cuatro filosofículas y un huevo frito

Cuatro filosofículas y un huevo frito

FEDERICO HENRIQUEZ GRATEREAUX
El hombre es un animal que nace, crece y muere; desde la antigüedad nos vienen repitiendo que todos somos mortales.  Tenia razón aquel humorista que decía: «nadie sale vivo de este mundo».   Ahora están de moda los libros que intentan vulgarizar la filosofía, ponerla «al alcance de todos», utilizando frases parecidas a las que apunto en esta nota.  En la mayoría de los casos lo que se hace es degradar el ejercicio del intelecto y la misión histórica de la teoría pura.   

De estas filosofículas están repletos los periódicos, las revistas populares, los programas «interactivos» de consejos prácticos a través de la TV.   Hay una copiosa «literatura estimulante», a la que llaman ligera por oposición a otra supuestamente pesada.

Estoy convencido de que la gran literatura, la de los clásicos antiguos y  modernos, es más sabrosa y estimulante que esos emplastos de boberías, meros ungüentos de letras.   Pero eso no quita un pelo al valor de las buenas obras de divulgación científica, de difusión de la historia universal, para personas «no especializadas».  Gracias a la existencia de estas obras nos enteramos de los fundamentos  de  la  física  contemporánea,  del  desarrollo  de  la  electrónica  o  de la exploración espacial, asuntos que nunca llegaremos a dominar profesionalmente.  Algunas veces estos escritos incitan a los jóvenes a estudiar profundamente dichos temas, los ayudan a descubrir el sentido de una vocación enterrada.

El filosofo Ortega y Gasset impartió, en 1949, un curso de doce lecciones acerca de Arnold Toynbee y su interpretación de la historia.  En esa exposición Ortega insistió en la necesidad de hacer «el análisis de la vida constituida en ilegitimidad…de que son dos gigantescos ejemplos los tiempos declinantes de la Republica romana y los tiempos en que estamos nosotros mismos alentando».   Tiempos de ilegitimidad son aquellos en los cuales los lideres políticos no inspiran respeto; en los que la gente no esta segura de que haya juego limpio en ninguna actividad, sea la banca, el comercio, las loterías, las universidades o la policía.    En cada una de esas áreas se hace trampa, se viola el reglamento, reina la ilicitud.  Hay épocas en que no rige ningún derecho ni se respeta autoridad alguna.   Cuando no hay normas vigentes las personas optan por «vivir al día».  El poeta latino Horacio es el autor de la celebre expresión  carpe diem, esto es, aprovecha el día, disfrútalo.

En el curso de estos años de desorden y sirvengüenceria, cada uno de nosotros va segregando algunas filosofículas para poner buena cara en mal tiempo, para sobrevivir sin que se rompan las coronarias, sin perder la cordura.   Durante la llamada Guerra Fría cierto joven revolucionario, al sentarse a la mesa, anunciaba solemnemente:  comeré esta langosta en lo que se  instaura el socialismo.   Hay ocasiones en que el escenario de las cosas públicas parece el de una opera bufa; entonces, en los espectadores se incuba la risotada y la desfachatez.

El encanallamiento es la vía expedita de los más débiles para seguir viviendo.  En una fonda de mala muerte un parroquiano dispara al vecino su tajante opinión: «si los ricos roban, sobornan y se venden ¿por qué tengo yo que ser honesto? ¡Para mantenerme pedaleando en mi triciclo yo me vendo hasta por un huevo frito!».   El otro, inmediatamente, responde: «a los pobres les dan golpes en la comisaría por un delito menor; los ricos consiguen la libertad bajo fianza y el trato privilegiado de los carceleros».

Circula la historia tragicómica de un enfermo terminal que, en un hospital público donde faltaban medicamentos, gasa, jeringuillas, sentado en el borde de la cama miraba por la ventana y se decía en voz baja: «en lo que llega la muerte…lo mejor es comer algo».

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