Cuatro horas en la emergencia de la clínica del doctor Cruz Jiminián

Cuatro horas en la emergencia de  la  clínica del doctor Cruz Jiminián

El miércoles pasado, a escasos minutos de las siete de la noche, llegamos de manera fortuita a la emergencia de la clínica del doctor Antonio Cruz Jiminián.
Resulta que había ido a visitar a una persona muy cercana a la familia y que por más de dos décadas nos ha servido como empleado, y al verme me dijo: “Me estoy muriendo”. Domingo -como les llamamos- lloraba como un niño a causa de un fuerte dolor en el costado derecho, que se incrementaba tras el esfuerzo ejercido por una tos persistente.

Este trabajador fiel y solidario, de 52 años, no tuvo hijos y su única compañía- su esposa- partió de este espacio terrenal hace apenas meses, víctima de un ataque cardíaco.
Esta situación, la incertidumbre sobre su cuadro clínico y su crítica situación económica, nos movió a pedir ayuda. La puerta que tocamos fue la del conocido filántropo del pueblo: el doctor Antonio Cruz Jiminián, a través de Ada Guzmán, eterno guardián de sus relaciones públicas. La respuesta inmediata fue: “tráemelo para acá”.
Uno de los dos médicos de emergencia, el doctor Del Toro, nos estaba esperando. Llegué, con Domingo, en compañía de mi esposo, el periodista Leo Hernández, y la experiencia, definitivamente, hay que contarla.
En el país, posiblemente, después la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo, permea la norma de inflar personalidades, por lo general, con escasos méritos. Sin embargo, durante las cuatro horas que permanecimos en este centro, pudimos comprobar que con el doctor Cruz Jiminián el pueblo ha sido muy justo.
“Manos que dan, reciben”, es la máxima de este hombre, que en el centro de salud que ha levantado en el corazón del populoso barrio Cristo Rey, hace de todo, hasta arreglar las sillas de ruedas que utilizan sus pacientes, según requerimientos, como si se tratara de un carrito de supermercado que el usuario toma y vuelve a colocar en su lugar.
En una de las paredes frontales, un aviso firmado por Cruz Jiminián reza: “Atender primero a los pacientes y luego preguntar si tienen seguro. Atenderlos a todos, a los que tienen y no tienen seguro”. Justo al lado, también provoca leer, un artículo publicado en este diario, de la autoría de Sergio Sarita Valdez, en donde describe las cualidades de este médico y su entrega a favor de los más necesitados, bajo el título “Altruismo médico contemporáneo”.
La noche pintaba ser larga… todas las camillas llenas, dos médicos, tres enfermeros y la sala de espera se poblaba, conforme pasaba el tiempo, como por arte de magia.
“Este doctor ‘hala’ gente”, confió una bioanalista mientras le tomaba una muestra de sangre a Domingo. Se refería al doctor Del Toro, que con un dominio asombroso y sin perder un mínimo de paciencia atendía a todo el que llegaba.
¿Qué te duele hoy?, preguntaba a los pacientes, evidenciando cierta familiaridad y cumpliendo al pie de la letra lo sugerido en el aviso por su director.
Es como si ese sentimiento de humanidad que transpira Cruz Jiminián fuera ‘olido’ por su personal.
A Domingo lo auscultó, le mandó hacer analítica y una tomografía. ¿El diagnóstico? una neumonía, por lo que se procedió a ingresarlo. Desde el sábado ya está en su casa.
En el ínterin, entraban y salían pacientes, algunos con verdaderas emergencias y otros con casos netamente de consulta, pero, por igual, atendían a todos.
Un caso, una historia. Ingresar a este centro de salud es como adentrarse en Cristo Rey. Es una muestra fehaciente de su gente; se aprecia cómo viven, visten, el modelo de celular que usan, los tenis, jeans… se puede palpar el tigueraje que lo arropa como caparazón, con el fin de sobrevivir.
Cruz Jiminián ha estudiado la idiosincrasia de esta gente y, por su lado, ésta, ve en él a la persona a quien recurrir.
Esa noche Domingo fue un caso de excepción, pero la única referencia con que llegaron las más de cincuenta personas que pasaron por allí en ese lapso, era su achaque, e igual fueron atendidos “sin cara” y con mucha entrega y humanidad.
Llevaron a un niño que tomó cloro, a un joven lleno de sangre y con una profunda herida cerca del ojo derecho, que chocó con otro motorista mientras iba a jugar la lotería. ¡Lean bien! Lo curioso de todo es que su mayor preocupación era que le iban a cerrar la banca. “¡Usted cree que me da tiempo?”, escuché decirle al doctor mientras lo suturaba.
Jóvenes con problemas ginecológicos, pero que muy bien podían ir a consulta, una doña con vértigo, varias con el virus fuerte que anda, un señor que le temía a la jeringa y hasta una señorita pasada de tragos.
Un taxista se asomaba con frecuencia para vocear, en plena sala de espera “taxi, taxi”. En una ocasión, al no recibir respuesta, llenó una botella de agua de la neverita del centro, sin temor a que se le llamaran la atención y volvió a su lugar. Por lo visto, esa noche el taxista se fue en blanco. A excepción de Domingo, el resto de los pacientes, aparentemente, residían en el mismo Cristo Rey… Cuatro horas en la emergencia de la clínica del doctor Cruz Jiminián.

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