Cuatro poetas y un epitafio

Cuatro poetas y un epitafio

Generalmente, poetas y letrados gozan de una gran libertad psicológica. Están “liberados” de las tradiciones, son rebeldes contra creencias y prejuicios, diferentes de los comunes mortales.

Albert Camus, premio Nobel 1957, trata diversos aspectos de la rebeldía humana, manifestada principalmente por filósofos e intelectuales de todas las épocas, y llevada a la práctica por ideólogos, políticos y transformadores socioculturales.

Nos fascina la intuición y la imaginación de los poetas quienes con una sola frase, una simple metáfora, pueden decir lo que un filósofo necesita todo un libro. Los poetas son punta de lanza del entendimiento, individuos que se atreven a pensar y decir cosas que otros callan. Con una fuerza expresiva que, aún después de los años, nos emocionamos al repetir sus versos.

Los grandes psicólogos han acudido a ellos para poder entender el alma humana. Un célebre sociólogo argentino citaba a Amado Nervo: “Veo al final de mi rudo camino, que he sido arquitecto de mi propio destino”. Argumentando luego que cada quien es responsable de los resultados de su propia vida.

En cambio, Rubén Darío se quejaba con amargura infinita de estar abandonado a una existencia absurda, contra la cual él no podía hacer nada: “No hay dolor más grande que el dolor de ser vivo, dichoso el árbol que es apenas sensitivo….”. Este gran poeta definitivamente no pudo con su alma, a la que dejó divagar en el mundo galante, las juergas y peñas faranduleras, hasta entregarla al suicidio. (Lo de Alfonsina es tan sólo una comprensible aunque hermosa apología al suicidio, según la cual,  ella no murió, sino que fue a buscar nuevos poemas, o a refugiarse,  “arrullada en el canto de las caracolas marinas”).

La poesía de Teresa de Jesús es diferente: “Ven muerte tan escondida, que no te sienta venir, para que el placer de morir, no me vuelva a dar la vida”. Ella conoció personalmente a Dios, no como un concepto metafísico, ni como un dogma embutido a la fuerza por el autoritarismo religioso. Aprendió a gozarse en la salvación (Salmo 149), en su Divina Presencia, tanto en los buenos como los malos momentos. El poeta David explica que Dios anhela la muerte de sus santos (Salmo 116.15), de sus amigos.

 Por lo cual, lo justo es que quien cree en Dios, también, anhele el momento de juntarse con él. “Con los años que nos quedan por vivir…”, diría el bolero, tenemos chance  de apropiarnos de esa realidad. Pienso que el día en que me toque irme de aquí, saldrá de mí una larga y sonora risotada. Y daré, como ahora, gracias a Dios por mis años, y porque Dios concluya sus propósitos para conmigo. Y puédase en mi tumba escribirse el epitafio: “Aquí yace uno que sirvió a Dios”.

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