Para lograr el análisis que se enuncia en el título de este artículo, un primer asunto es desnudar lo perverso que hay en igualar y empatar los procesos, reduciendo, caricaturizando incluso toda la realidad con los conceptos teóricos de «dictadura» y “violaciones a los derechos”. Ética sin historia es sermón y propaganda moral. Material infértil, bueno para adormecer a los demás, no para abrir las mentes.
En caso de afirmar que la Revolución cubana ha funcionado como Dictadura y como régimen violento, ¿Es igual a cualquier otro? ¿Acaso de un lado están, como en un saco, las democracias, reino de las libertades, y en otro saco están las dictaduras, imperio de los sufrimientos y de la violencia contra las personas?
Sería un acto de inconsciencia achacar a regímenes como el cubano el fardo de la violencia. Eso sería un engaño y un razonamiento anti-histórico.
¿Qué hacemos con toda la Historia latinoamericana desde la conquista europea en 1492, y desde la guerra imperialista EE.UU.-España en 1898 hasta hoy?
¿Podemos desconocer que hemos vivido bajo una Dictadura mundial impuesta a punta de golpes de Estado, genocidios y bloqueos? ¿Nos hacemos los pendejos con las bombas atómicas lanzadas alevosamente en Japón para aterrorizar al mundo? ¿Podemos abstraer a Cuba de 58 años de neocoloniaje yanqui, entre 1900 y 1958, y luego 56 años de atentados, bloqueo económico y financiero, hasta hoy? ¿Echamos a un lado los bombazos en hoteles en los años noventa? ¿Es aceptable hacerse el ciego ante la invasión yanqui en Santo Domingo y en Vietnam, la aplicación del napalm, el castigo contra el pueblo de Chile en 1973, la invasión a Granada en 1983, la guerra sucia de la “contra” a la revolución nicaragüense, la esterilización forzada de comunidades enteras en Guatemala y Perú?
En ningún caso se trata de «justificar» violaciones «buenas» o violaciones «malas» a los DD.HH.; más bien se trata de detener el doble rasero y la hipocresía. Abstraerse y declararse artificialmente neutral ante la violencia, identificarla con un bando histórico, es negar la violencia histórica y sistemática que hemos vivido bajo designios oligárquicos e imperiales. Y como dice el maestro Carlos Pérez Soto, en realidad esa hipócrita «neutralidad» solo niega y denuesta la VIOLENCIA popular y revolucionaria. Acredita la violencia como un derecho reservado a la “casualidad”, el “exceso” y el “pasado” que, sin embargo, sistemáticamente ha favorecido a las clases y los países dominantes, incluso cuando se hacen las revoluciones. ¿Acaso los pueblos, las colonias y sus procesos revolucionarios no tienen derecho a la violencia? ¿Qué ha hecho la Revolución cubana que no hicieran antes la francesa o la norteamericana, y la posterior Guerra de Secesión? Cuando son los pueblos los que revolucionan, como el haitiano o el cubano, dicha violencia se transforma en “condenable”, merece el escarnio público por su “inmoralidad”. Solo es admisible hasta las fotos del triunfo. Los fusiles no deben quedar en manos de los que huelen mal.
Ahora, hablemos de dictadura.
Simón Bolívar fue oficialmente Dictador, y nadie podría igualar Bolívar a Trujillo ni a Somoza. Si concordásemos en que Fidel Castro fue dictador, ¿fue lo mismo que el criminal Stroessner? Los gloriosos casos de Vietnam y China, con los cuales las potencias de Occidente hacen grandes negocios, donde compramos computadoras y “smartphones”, ¿por qué no entran en la misma lista negra en la que se incluye a Fidel?
Pero se insiste en empatar e igualar. Porque, claro, empatar e igualar siempre va a beneficiar al que va ganando. Como en el deporte, cuando varios equipos compiten por llegar al primer lugar. Igualar y empatar toda “dictadura”, y achacar a éstas la ausencia de derechos y libertades es el camino más fácil para declararse a sí mismo “bueno” y “neutral” y, sin decirlo, hacer un juego oportunista e interesado: favorecer a estas democracias nuestras de cada día, que nos “salvan de las dictaduras” pero que en casi nada se parecen al gobierno de las mayorías, “del pueblo y por el pueblo”, como anheló Lincoln.
Al hablar de Cuba, se trata de descalificar, desde esa neutralidad, los poquísimos intentos de cambio social que se han emprendido en América Latina, entre los cuales el único triunfante y duradero ha sido, sin dudas, la Cuba de Fidel. Pésele a quien le pese, gústele a quien le guste.
Podríamos preguntarnos: ¿Es acaso una democracia funcional en Derechos Humanos la «democracia» dominicana, hondureña o paraguaya? En Paraguay hubo un golpe de Estado en 2012 del cual nadie parece acordarse. En México nadie encuentra todavía a los 43 desaparecidos en Ayotzinapa, y el escándalo mediático se apagó. ¿Quién puede hablar de primacía de los Derechos Humanos, civiles y políticos en República Dominicana, donde se ha privado de nacionalidad y ciudadanía a miles de nacionales descendientes de haitianos, en una abierta política de Apartheid? ¿Qué hacemos con la democrática verdad de que 6000 niños murieron en el hospital infantil dominicano Robert Reid Cabral, entre 2006 y 2012, sin que cayera un culpable? ¿Qué hacemos con que todas las madres que se mueren son casi siempre, por no decir exclusivamente, pobres? ¿No vamos a admitir décadas de limpieza social bajo el titular de “intercambio de disparos” en las barriadas y favelas de todas las capitales latinoamericanas? El asesinato diario de dirigentes sociales que ocurre en países como Colombia y Honduras ¿entra en los récords de la libertad individual?
¿Se puede empatar e igualar como «dictadura» al sistema cubano -el que más ha hecho en América Latina por los Derechos básicos, el que ayudó a derrocar el Apartheid y ayudó a la paz en Colombia- con el régimen de Pinochet que convirtió a Chile en el país más desigual del continente, apoyó la guerra colonial de las Malvinas, mientras desaparecía y degollaba ciudadanos? ¿Acaso hubo en Cuba terrorismo de Estado, masas de desaparecidos y ejecutados como en Guatemala? ¿Alguna vez el gobierno de Cuba ordenó un asesinato, como el del chileno Orlando Letelier en Washington, o como cuando Trujillo desapareció a Mauricio Báez en Cuba? La respuesta es una: no.
Víctor Herrero, articulista chileno, ha dicho algo interesante sobre este tema:
“¿Existen dictaduras mejores y peores? Sin duda alguna. Después de todo, no hay que olvidar que en el marxismo original se postula la “dictadura del proletariado” como paso anterior a la supuesta sociedad libre. Además, en Chile, la dictadura de Ibáñez no fue igual a la de Pinochet. La dictadura de Hitler en las décadas del 30 y 40 no fue igual a la de los coroneles griegos de los años 70. ¿Existen democracias mejores y peores? Sin duda alguna, también. La democracia actual de Suecia es muy distinta a la que existe en Chile. El axioma de que todas las dictaduras son malas y todas las democracias son buenas es una falacia intelectual que inventaron los cientistas políticos de Occidente, cuyos padres contemporáneos son Francis Fukuyama, Samuel Huntington y sus numerosos discípulos (…). La “democracia” en Alemania apenas tiene 60 años de existencia, más esos breves 14 años de la República de Weimar. Y la “democracia” alemana, dicho sea de paso, llevó al poder al Partido Nazi en enero de 1933. La “dictadura” de los regentes egipcios en la década del 50 y 60 produjo, en cambio, la liberación de ese país del poder colonial inglés”.
Habiendo dicho todo esto, creo que es posible en todo caso rechazar y condenar todo acto de violencia excedentaria. La violencia que es cometida individualmente, desigual y abusiva por medio del poder del Estado, para garantizar obediencia y unanimidad, es condenable. La violencia y la coerción hechas para garantizar la estabilidad y el imperio de cúpulas, y fuera del control de legalidad, es destructiva. Particularmente, los revolucionarios(as) no deben tener tapujo en reconocer y condenar la violencia administrada de aparatos burocrático-militares.
Pero no nos quepa duda: no se violan más Derechos en Cuba que en el resto de «democracias» latinoamericanas y hasta EEUU y Europa. Y, por el contrario, deberíamos hacer un examen sopesado, objetivo y justo de cuántos derechos fundamentales fueron exaltados y efectivamente garantizados en Cuba a partir de 1959, que aún son quimeras en el resto de la región.
Sólo la honestidad histórica, el rechazo al moralismo, y sólo los revolucionarios(as) podrán superar la violencia contra la dignidad humana; usar la violencia revolucionaria para romper con el abuso, el oprobio y la falta de libertad; superar las Revoluciones anteriores, desde la francesa hasta la cubana.
Ni quienes se asuman neutrales ni quienes crean en democracias de cartón, muerte y dolor, desde sus poses de “más allá del bien y el mal”, podrán ofrecer algo mejor a la Revolución Cubana. A no engañarse.