Cuba y diplomacia bolivariana

<p>Cuba y diplomacia bolivariana</p>

FABIO RAFAEL FIALLO
La palabra le fue dada al hombre para esconder el pensamiento”. Esa frase acuñada por Talleyrand, el astuto ministro de Relaciones Exteriores de Napoleón, refleja a la perfección la particularidad del lenguaje diplomático. La disimulación y el comedimiento verbal, que en otras esferas de las relaciones humanas podrían reflejar hipocresía, forman parte del bagaje natural del diplomático.

El lenguaje en diplomacia no está hecho para expresar sentimientos, sino para alcanzar objetivos, regla ésta a la que obedecen democracias y dictaduras por igual.

Un caso notable es Cuba. Independientemente de las justificadas críticas que en materia de derechos humanos se le puedan formular al régimen de ese país, la lucidez exige reconocer el profesionalismo y la eficacia con que se ha desenvuelto la diplomacia cubana, cualidades que han ayudado a dicho régimen a sobrevivir a las presiones norteamericanas y al derrumbe del bloque soviético, su antiguo protector.

La pericia diplomática cubana quedó patente durante la primera guerra de Irak, que tuvo lugar en un período (2000-2001) en que Cuba ocupaba un sitio en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Cuba se opuso resueltamente a una solución militar, pero lo hizo sin recurrir a exabruptos o diatribas improductivas, y lo que es más, intentando jugar un papel de mediador.

Algo similar no puede decirse de la diplomacia bolivariana, pues la misma no se priva de emplear el ataque verbal sin utilidad aparente y con innegable facilidad.

El carácter intempestivo de la diplomacia bolivariana no estuvo ajeno al fracaso, el año pasado, de la candidatura venezolana a un sitio en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. En vez de tratar de atraerse la simpatía internacional, el presidente Chávez efectuó una gira a países que suscitan la aprensión de un sector importante de la comunidad de naciones: Corea del Norte, Bielorrusia e Irán. Es sorprendente que en el entorno del Presidente venezolano nadie lograra convencerle de que esa gira era innecesaria y contraproducente a la vez. Innecesaria, porque de todas formas, con o sin el viaje, esos países respaldarían la candidatura venezolana. Contraproducente, porque al visitarlos, Venezuela se enajenaba el apoyo de los numerosos adversarios regionales de los mismos.

La candidatura venezolana se debilitó más aún con el discurso del presidente Chávez ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el que lanzó una apasionada diatriba contra el Presidente de Estados Unidos. Muy pocos Estados miembros de la ONU sienten simpatía por el actual gobierno norteamericano; pero son pocos igualmente los que, en un clima de tensión como el actual, respaldarían la entrada en el Consejo de Seguridad de un país presto en todo momento a sobar impulsivamente el arma de la invectiva.

No faltan quienes consideran que la habilísima diplomacia cubana, tan cercana ideológicamente a la revolución bolivariana, hubiera podido compartir solidariamente con Caracas su vasta experiencia, sin por ello intervenir en los asuntos internos de Venezuela, haciendo comprender la ventaja de postergar aquella gira, y temperar aquel discurso, con el fin de asegurar el éxito de la candidatura venezolana al Consejo de Seguridad.

Dos explicaciones parecen posibles. O bien la diplomacia cubana sí ofreció sugerencias adecuadas al respecto pero Caracas no hizo caso de las mismas, lo que es poco probable dada la ardiente admiración del presidente Chávez por la revolución cubana. O bien La Habana estimó que no sacaría un beneficio político neto de la presencia en el Consejo de Seguridad de una Venezuela sulfurosa, pues Cuba se vería entonces obligada moralmente a secundar posiciones controversiales y agresivas en un momento en que, embarcada en la sucesión de Fidel Castro, podría dar prioridad a limar viejas hostilidades y emprender, a semejanza de China y Vietnam, aperturas económicas. De ser éste el caso, a La Habana le convenía abstenerse de ayudar al triunfo de la candidatura venezolana, o lo que es lo mismo, le convenía esconder su pensamiento, como diría Talleyrand.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas