Cuba y Méjico… un guiño… al horizonte

Cuba y Méjico…  un guiño… al horizonte

Durante la Tiranía, el dominicano careció de medios lúcidos y tecnológicos para captar una idea objetiva del mundo que vibraba a su alrededor. Para imaginar, construir o crear un concepto ideal de lo que latía más allá del horizonte, dependíamos, única y absolutamente, de dos contactos artificiales con aquel mundo inconocido y fascinante: uno, la radio, otro, el cine. Toda literatura era rigurosamente selectiva y prejuiciadamente fiscalizada por el “Estado”, castrando con ello, en su favor, la independencia que debía nutrir la salud del pensamiento colectivo.

Descubrimos así una Cuba estridente. Las efervescentes emisoras cubanas eran captadas nítidamente en “onda larga” cual si fuesen locales. Nos hicimos fanáticos de su béisbol, sus artistas, el estilo pregonero de una radio atrevida, sus originales anuncios y “jingles”, su creativa, amena e inteligente publicidad, sus novelas y personajes “tamacunescos”, sus locutores expertos y talentosos, sus llamativos programas y simbólicas orquestas, excepcionales narradores de novelas, insertando entre diálogos de actores y actrices emblemáticos, el matiz de sus voces inolvidables. Disfrutamos auténticos catedráticos del béisbol, cirujanos incisivos de la narrativa deportiva. Cantores de cubano aliento que nutrieron de pasos el baile vellonero de la vida barriotera y marcaron de color y ritmo “Matancero” toda una “Sonora” época.
Aislados en un silencio agónico, atados y amordazados a los caprichos retrasados de la dictadura, carecíamos de opciones y elementos de universalidad creativa suficientemente actualizada, juicios de criterios artísticos evolucionados y técnica de orientación comercial publicitaria modernizante, en los cuales fundamentar idóneamente, puntos de partida para desarrollo y modernización competitivos y competentes, en nuestra aun artesanal radiodifusión.

HIZ había perfilado ya una base fértil, fundamentada en nuestra hermosa solidez tradicional; nuestros balcones artísticos nutrieron un ayer pleno de emblemáticas voces de locutores históricos, consagrados cantores, inolvidables cantoras, declamadores y músicos. Igualmente, la inserción cualitativamente desproporcionada que nutriera de cielos nuestras alas; aquella acosada y sincera inmigración española, que plantara entre insomnios sus raíces, decorando de frutos las paredes eternas del tiempo. Don Emilio Aparicio, doña Antonia Blanco Montes, doña Carmen Rull y un ejército imborrable de nuestro maduro Teatro y Radioteatro. Pintura, escultura, ballet y todo el ramaje florecido de las Bellas Artes, cuyo producto de base fortaleciera y depurara, aquella época única de fertilidad talentosa, y que incidiera, integrada inevitablemente, al exitoso surgimiento de La Voz Dominicana. Triunfo, más allá del espíritu, humanamente fértil y oportuno, para la impulsión capaz al escenario que nos retaba al horizonte inconocido, nutridos de las calidades que latían lejanas junto al volumen cencerroso de CMQ, RHC, Cadena Oriental de Radio, etc., o el falsete trompetero del mariachi en la pantalla o el disco.

Cuba, en su mejor momento, desbordaba de talentos. Su incidencia mimética es innegable. Aquellos escenarios de disfraz democrático y el debatir de las ideas libremente, desnudaban a lo lejos un mundo presentido que nos había sido secuestrado, arrebatado a la fuerza… al que teníamos derecho. Aquel momento tuvo peso y estilo en la formación de una radio y un sesgo musical, encartonados aún, como permanecíamos, en la camisa de fuerza de la celosa, vigilante e intolerante dictadura, durante las etapas tempranas de nuestra radiodifusión.

La recepción de la grande emisora de Méjico XEW, solo permitía ser dificultosamente accesible en frecuencia de “onda corta”, contrariando su difícil sintonía. De hecho la tecnología de aparatos en ondas “corta y larga”, constituía una excepción pretenciosa; sin embargo Radhamés Aracena, fundador de la importante empresa Radio Guarachita y entusiasta de lo mejicano, cultivó, escuchando XEW, un estilo de trabajo como locutor de hermosa voz que le distinguió del resto de la época, enfatizando aquella “fañosidad agripada” que caracteriza el estilo de la radio mejicana. Recor demos la trágica “Chamaquita”, intérprete de música mejicana, aquellos pintorescos mariachis de Manolín Collado y del excelente cantor Darío Pichardo. La primera película filmada en el país, “Caña Brava”, fue una producción mejicana que dirigió Ramón Pereda, con un nutrido elenco de artistas dominicanos, encabezado por el cantor mejicano Javier Solís junto a María Antonieta Pons.

“La Voz Dominicana” es básicamente el factor que inserta sutilmente las influencias de “lo mejicano” y “lo cubano” en nuestras experiencias populares. Méjico y Cuba constituían la meca consagradora de todo artista latino en la época. La fortaleza del cine mejicano había sobredimensionado toda una galería de talentosas estrellas, quienes fertilizaron y repartieron a manos llenas el colorido y la riqueza cultural de Méjico, incidiendo en nosotros en un momento virgen y fértil que nutriera y fructificara generosamente. Nombres espectaculares retumbaron en aquel “Palacio Radio-Televisor” y su estridente “Semana Aniversario”. Locutores, directores musicales como Armando Escobar, junto a las más exquisitas voces del instante: Pedro Vargas, Antonio Aguilar, Miguel Aceves Mejía, Néstor Mesta Chaires, Toña la Negra, Chela Campos, María Luisa y Avelina Landín, Pedro Infante, Tin-Tan y Marcelo, Fernando Fernández, Tongolele, Libertad Lamarque, Amalia Aguilar, Los Panchos, Trío Calaveras, Marco Antonio Muñiz y los Tres Ases, Genaro Salinas, Juan Arvizu, Rosita Quintana, Amalia Mendoza (La Tariacuri), Daniel Riolobos, Nicolás Urcelay, etc.

Granada y aquellos pasodobles inmortales de Agustín Lara eran retos emblemáticos. Capacidades y talentos del cantor, eran determinados por el hecho simple de “si podía interpretar “Granada”. Quien fuera capaz de tronar a pulmón desafiante las notas altas, tenía la mitad de la carrera asegurada. Era la escuela tradicional mejicana de excepcionales voces de techo alto.

El talento estridente y la voz de cielos de Niní Cáffaro, abanicando sedosamente los éxitos de Nestor Chaires, hicieron volver el rostro excitado de Verdaguer. Insistió en lanzarlo en Méjico. Su voz era para el mundo. Es evidente que el gorjeo dominicano, en general, retaba ya la estatura del sueño internacional.

Esta explicable exaltación del talento extranjero, en cuyas motivaciones primaba, fundamentalmente, el propósito medular del Régimen en dimensionar y capitalizar una poderosa e influyente proyección de imagen incisivamente “política”, más que “artística”, lastimó el esfuerzo de toda una generación de auténticos y talentosos artistas e incubó, imperceptiblemente, una visión prejuiciada del talento nuestro. El artista dominicano del futuro hubo de luchar y vencer esta injusta corriente incrustada en la psiquis colectiva, e imponer credibilidad en la validez cualitativa universal del talento dominicano.

La “Criolla” envuelve sus orígenes en las hermosas Barcarolas o Gondoleras Venecianas que aportaran las emigraciones italianas, que se establecieron en el país durante la primera mitad del siglo XIX. El criollo la transformó en Barcarolas “Criollas”, diseminando e influyendo musicalmente en todo el resto del entorno. Cuba, Puerto Rico, Colombia, Venezuela y Méjico recibieron, a su vez, el romántico mensaje de serenata y guitarras desde la voz atenorada de nuestro azul caribeño.

Se incubó… en los trasiegos de puertos, en influencias trasportadas en mochilas de viajeros, en la nostalgia marinera tormentosa y la ubicuidad soldadesca de las épocas, aquel canto dulce flotando sobre el velamen rebuscador de mares, impulsando sus latidos de aventura, multiplicando sus playas entre sus huellas de arena. En su canasta de amores se repartieron claveles como suspiros, embotonado el verso del cantor bohemio galán de ventanales, la guitarra afinada al costado de la reja y el beso frágil y furtivo del amante ansioso, el sereno húmedo al rostro de la madrugada como lágrima inocente y los ecos del sentimiento al paso del amor, taconeando el silencio sobre los adoquines de un Nuevo Mundo… un lecho para toda vida.

Abrazo de identificación de sentimientos y vibraciones entre pueblos que han compartido desde hace cinco siglos un compromiso orgulloso y digno en alas de la razón folclórica.

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