La fe cristiana católica saltó como una candela desde esta isla hacia las islas vecinas hace más de 500 años. El pueblo católico dominicano evangeliza a todos, también a este presbítero jesuita cubano.
Tal y como Isaías alecciona a Acaz, de este pueblo he ido aprendiendo, que al Señor se acude, no para calcular hasta dónde alcanzan nuestras fuerzas, sino para creer en El Señor y trabajar por lo que podamos lograr juntos con su favor. Este pueblo sabio y sin doliente, sonríe en medio de los líos, porque sabe que Dios es Enmanuel, Dios con nosotros. No hay camino malo si la compaña es buena, rezan los guías del Pico Duarte. Este pueblo canta sinceramente: ¡Ven con nosotros a caminar, Santa María, ven!
En los barrios pobres y en las humildes moradas campesinas, en un sitio de honor anda La Altagracia como si fuera un diploma de la universidad a la que nunca fueron, y como la sienten suya, en María aprenden, que Dios cuenta con los que nadie cuenta. Toda la historia y las promesas se posan en esta muchacha campesina, que no habla mucho en los Evangelios, pero andaba serena y erguida como una palma, al pie de la cruz, entre condenados y guardias.
Este pueblo, obligado por la vida dura a llevárselas todas, sabe, que algo muy importante del Señor se revela en María: que Dios cuenta con nuestra pequeñez, que no nos desampara y por eso María no desamparó a Isabel. Y ella es Alta, porque ocultando en su seno al Hijo, reveló que, por gracia y para nuestro bien, Dios nunca ha estado ni tan bajo, ni tan cerca.
Con María aprendamos que aquí el vino se acabó hace rato y hay que hacer lo que Él nos diga para que este lío acabe en fiesta.