La pobreza dominicana, por largos años asentada en cañadas y a orillas de ríos y arroyos destruyendo sus árboles ribereños, asfixiándolos con desechos que le quitan oxígeno, continúa arrebatándole espacio al bosque en las cuencas hidrográficas.
El conuquismo y el pastoreo se trepan por los montes, subrepticiamente penetran a áreas protegidas, mientras el turismo de montañas toma alturas sin la debida protección de bosques, aguas y suelos.
A la par con los cortes para leña y carbón vegetal, intensificados por el elevado precio del petróleo, terminarán de destruir los remanentes dejados por los que se lucraron con el tráfico de madera.
Los frágiles ecosistemas montañosos siguen sometidos a una progresiva explotación en su cuenca alta y media, con pastos y cultivos de ciclo corto sin técnicas conservacionistas, lo que provoca cuantiosa pérdida de suelos.
Al desaparecer la cubierta vegetal baja la fertilidad de la tierra, crece el impacto erosivo del agua, arrastrando hacia ríos y arroyos un alud de sedimentos.
Gran pérdida de aguas y suelos ocurre en las cuencas del Yaque del Norte, Yuna y Nizao, el río más aprovechado en hidroelectricidad, pero de los más degradados, como el Ozama, Isabela, Nigua, Ocoa, Camú, Higüamo, Nizaíto, Artibonito, Guayubín, Chacuey y Macasías.
Ante la incesante agresión, resultan insuficientes, de exigua efectividad, las medidas para contener la devastación de las cuencas, limitadas a acciones aisladas sin continuidad, restringidas por falta de recursos financieros. Esos ecosistemas generan grandes riquezas con la producción para consumo interno y de exportación. Mas, se dificulta obtener los fondos necesarios para rehabilitarlos.
Estudios plantean iniciativas para involucrar instituciones públicas y privadas en un plan integral de manejo de cuencas. Proponen ampliar el financiamiento, sea mediante pagos por servicios ambientales u otros mecanismos financieros.
Abriendo brechas a la esperanza, entidades privadas anunciaron recientemente los proyectos “Fondo de Agua”, que patrocinarán con el fin de proteger cuatro cuencas hidrográficas.
Cordillera Central. Con la quema y tala de bosques -pulmones de las montañas- aumenta la vulnerabilidad de la Cordillera Central, “Madre de las Aguas”.
En esas estribaciones, que apenas cubren 5% de la superficie nacional, nacen los principales ríos: Yaque del Norte, Yuna, Yaque del Sur, Nizao y Artibonito, entre otros, que abastecen a más de dos tercios de la población dominicana.
Un suministro amenazado por la deplorable condición de sus cuencas, a pesar de que nutren acueductos como el Cibao Central y Valdesia, los embalses de Hatillo, Jigüey y Aguacate, Sabana Yegua, Tireíto, Blanco y Arroyón.
Peligran por la alarmante destrucción de la Cordillera Central, donde se concentran, como en el Parque Jaragua y Sierra de Bahoruco, bosques de pinos azotados por la agricultura, el pastoreo y los incendios. Un área estratégica, sin un esfuerzo estatal sostenido para frenar su deterioro. Abarca una veintena de áreas protegidas, reservas científicas, cinturones verdes, refugios de vida silvestre y reservas biológicas.
En Valle Nuevo, Constanza, dentro del parque Juan Bautista Pérez Rancier, hay un «parque de agua» que urge preservar, único productor de agua en un abanico de 360 grados.
Cuenca Yaque del Norte. Su relevancia ecológica radica en irrigar tierras áridas del valle occidental del Cibao, recoger las escorrentías de zonas húmedas del macizo central y conducir esas aguas al Noroeste.
Sometida a incesante explotación, la cubierta forestal de su cuenca alta se redujo a un 30%, quedando como reservas importantes los parques Armando Bermúdez y Nalga de Maco.
Por la deforestación, la erosión abre cárcavas en las inmediaciones de las presas Tavera-Bao y áreas protegidas. Aún así, no cesa la presión demográfica, el proceso erosivo por malas prácticas agrícolas y la ganadería, con el agravante de las características fisiográficas de la zona.
Cuenca Yaque del Sur. La mayor disponibilidad de agua por habitante se registra en la cuenca del Yaque del Sur, pues, si bien sus caudales mermaron, concentra menos densidad poblacional.
Esta cuenca, asiento del parque José del Carmen Ramírez, sigue alterada con la agricultura y producción de carbón. Casi la mitad de sus tierras tiene uso inadecuado, provocando erosión.
En la vertiente sur del macizo central la depredación llegó al nacimiento de ríos limítrofes de la región hidrográfica Sur-Central, de escarpadas pendientes y suelos poco profundos, bastante erosionados en las cuencas de Nizao y Ocoa, con desprendimiento de suelos que han llegado hasta 1,200 toneladas al año.
Pinares y latifoliadas fueron suplantados por cultivos de ciclo corto, de cacao y café. En pequeños valles entre montañas desarrollan una agricultura más tecnificada, nociva por el uso intensivo de agroquímicos.
En la región fronteriza, la menos poblada, la pobreza afecta el ambiente, la destrucción de la vegetación es crítica en las cuencas del Artibonito, Macasías y Los Caños, sobre todo en la vecindad de Haití.
Cordillera Oriental. El turismo y asentamientos humanos en zonas frágiles y áreas de manglares costeros golpean reservas del Parque del Este, en la Cordillera Oriental, cercenado por ventas fraudulentas de terrenos.
Esas reservas incluyen Los Haitises, para cuyo rescate el Poder Ejecutivo creó una comisión especial mediante el decreto 360-13. Su singularidad hidrológica y suelos kársticos facilitan la infiltración de la lluvia, pero por las pendientes abruptas y superficialidad son más vulnerables a la acción erosiva del agua.
La región hidrográfica del Atlántico, en la Cordillera Septentrional, la menos lesionada, posee un alto potencial hídrico, cuenta con dos formaciones forestales en su parte alta, un bosque nublado y el bosque pluvial que hay que preservar.