Cuento para un día de Acción de Gracias

<p>Cuento para un día de Acción de Gracias</p>

BEATO LEO
Haz el bien y no mires a quien- sermoneó el catequista durante la clase dominical. A Cuautemoc, tataranieto de iroqueses y de mohicanos, le pareció que sabía más catecismo que su profesor. Alto, fornido, parecía un roble virgen antes de caer la tarde.

– Haz el bien y no mires a quién- repitió el catequista como si fuera Paul Harris en un club rotario de esos que abundan en Boston o en Springfield, Massachussetts.

– Somos el único país del mundo donde oficialmente se dedica un día al año para dar gracias al Creador como hicieron nuestros antepasados en el año 1621 cuando llegaron a Plymouth, Masachusssets en el Mayflower.

– Profe… ¿por qué cae el Día de Acción de Gracias siempre el último jueves de noviembre? – pregunta Karen, una de las alumnas más avanzadas.

– Precisamente porque noviembre era la época en que se recogían las cosechas y era el momento de dar gracias al Creador. Para ellos noviembre era la época de fin de año y se preparaban para almacenar sus frutos que los mantendrían vivos durante el invierno.

– La imagen de peregrinos y de nativos americanos -continuó el profesor- compartiendo unos con los otros en el símbolo del “melting pot” (la mezcla de las razas), una de las características de nuestra cultura americana.

– Si, pero de aquella nada- ripostó Cuautemoc. ¿Quién fue el que invitó a quién a la cena?

– ¿De dónde sacaron los peregrinos las semillas para levantar su cosecha… eh? -indagó Karen, de repente convertida en indígena americana.

– Suponemos que fue de la tribu de los Wamapagoag donde el cacique Massasoit era uno de los príncipes-filosofó el catequista.

– A esos indios no había que predicarles nada porque compartieron su maíz con los peregrinos… sino éstos se hubieran muerto del hambre. No necesitaban catecismo.

– Bueno, eso depende cómo lo mires -explicó el catequista- Aquí en Massachussets entendemos que fueron los peregrinos los que compartieron con los indígenas.

– Pero, profe, use su cabezota. Lo lógico es que fuera todo lo contrario.

– ¿Quién fue el que invitó a quién? – insistió Karen- ¿Qué hubiera sido de esos peregrinos sin los indios? A lo mejor estarían aún peregrinando… como está el pueblo norteamericano después de las dos guerras de Irak.

– A lo mejor nunca existió ninguna cena de Acción de Gracias y todo es un cuento de hadas. Además… ¿A quién era que le estaba dando las gracias? Indagó Cuautemoc.

– A Dios – imploró el catequista casi llorando.

– ¿A quién? – vociferó Karen toda sorprendida.

– A Dios, al Creador – gimió el catequista.

– ¿Pero no sabe usted que en este país Dios no existe?

Y ahí fue cuando el catequista se echó a llorar como un pavo de Thanksgivigen Glob glob glob glob.

– Pero, Karem… ¿Quién es este catequista que nos está contando el cuento al revés?- indagó Cuautemoc alarmado.

La muchacha, que iba a cumplir los quince al siguiente día, contestó sin inmutarse. – El arzobispo de Plymouth, Massachussetts. Los peregrinos somos nosotros mismos.

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