«Cuerpo a Cuerpo», de Isabel Muñoz

«Cuerpo a Cuerpo», de Isabel Muñoz

POR MARIANNE DE TOLENTINO
La seriedad de las exposiciones en el Centro Cultural de España empieza por la concepción de visita. En cada sala, con énfasis en la nave principal, hay jóvenes impecables, que mantienen la seguridad y también pueden informar si se les solicita. La distribución de las obras las hace más vistosas, por los espacios, en la primera planta, pero conserva un mismo nivel en el difícil segundo piso.

Y ya la gente se ha acostumbrado a subir para disfrutar la muestra en su totalidad. Más aun, el pequeño rincón vídeo va llamando la atención del público.

Un circuito organizado, siempre conveniente, es todavía más acorde con una exposición sistemática y reafirmada como el conjunto de fotos de «Cuerpo a Cuerpo», de Isabel Muñoz. La conocida fotógrafa, oriunda de Barcelona, que estuvo en Santo Domingo con motivo de la inauguración, tiene una obra sólida, sistemática y personal, aunando el sentido artístico y la calidad de documento, con una inventiva expresada a través de los temas, lugares y figuras que ella elige.

Es una «fotógrafa viajera», que recorre los continentes, interesada tanto por regiones lejanas como por su país, siempre que tengan una fuerza testimonial. Sus imágenes nos recuerdan las aspiraciones de la famosa Gisele Freund acerca de la imagen fotográfica: abrir ventanas sobre mundos desconocidos o maneras desconocidas de ver el mundo, incluyendo el suyo propio.

La fotografía de Isabel Muñoz posee una belleza intensa. Sin embargo, no podemos limitarla a intenciones estéticas. Y este riesgo lo toma la artista: el que interpretemos su trabajo de un modo estrecho e inmediato, desde la perfección formal y la sencillez de la composición –generalmente un motivo muy destacado y un fondo–. Hasta el punto de convertirse en signo y sugerir un ideograma, aunque semejante lectura puede dejarse influenciar por la procedencia oriental de varios sujetos.

Ahora bien, más allá del placer visual que nos procuran las obras –sin temor a la sofisticacion–, este homenaje constante al cuerpo femenino y masculino, demuestra un compromiso humano, sino sociológico. Un artista comprometido no es solamente el que plasma desgracias y denuncia injusticias.

En primer lugar, ese «empecinado» elige una técnica, la investiga en profundidad, la impone –a sí mismo y a los demás–, por encima de las modas y movimientos artísticos. Así sucede con Isabel Muñoz, con la precisión extrema de sus tomas directas y la exclusividad del blanco y negro, tratándose de contraste absoluto o, con menor frecuencia, de las gamas de grises, no hay color –con excepción de las imágenes proyectadas y su valor de referencia–. No obstante, es una paleta riquísima, donde se ha amaestrado un claroscuro especial, donde la luz implacable parece procrear las formas y determinar los ángulos de visión.

Luego, Isabel Muñoz, no retrata el cuerpo por el cuerpo, ni quiere una relación tradicional del artista con su modelo en una pose determinada. Ella elige situaciones y a menudo hazañas: los atletas olímpicos, las bailarinas y bailaoras, los toreros, los monjes budistas, los líderes tribales, los estudiantes contorsionistas y otras categorías donde el cuerpo juega un papel de excepción.

Es también un medio de expresar, de representar, de exaltar la superación. Los protagonistas de las fotos son hermosos y jóvenes, pero su belleza y su destreza instrumentan casi siempre proezas, que requieren voluntad, control y concentración. Ellos se trasladan de lo cotidiano banal al triunfo y la sublimación. Pasan de la realidad –aparentemente comunicada por la imagen– a una suerte de magia y trascendencia. Lo real se vuelve maravilloso y fantástico. Los contorsionistas de la Escuela de Beijing alcanzan en ese sentido cimas impensables, y que decir del monje de Shaolín en equilibrio sobre la punta del cráneo. ¡Cuánta disciplina, cuántos ejercicios, cuánta meditación, cuántos sacrificios no habrán requerido esos abrumadores resultados!

La fotografía de Isabel Muñoz no es narcisista, complaciéndose por su exquisita valorización óptica, sino –además– impactante por lo que representa. Podemos decir que nos lleva a soñar hasta los límites de lo realizable por los seres humanos. Y esto lo consideramos un formidable compromiso.

Si hoy muchos artistas utilizan el cuerpo –de las categorías tradicionales a la performance y su registro fotográfico– como herramienta y metáfora del dolor social e individual, esta exposición proyecta otra cara de la humanidad, más esperanzadora, pero que tiene una enorme importancia. En medio de tanto horror y sufrimiento por el mal, hay quienes, con y en su cuerpo, buscan la perfección y la armonía suprema, y sufren… para llegar a esa meta. El arte debe concienciar –obligatoriamente–, aunque no puede rondar las fronteras del sadomasoquismo. Felizmente hay otras opciones para el hombre y el artista: Isabel Muñoz lo expresa en su iconografía.

Ella trabaja por series, consignadas a menudo en libros. Necesariamente, vemos aquí solamente ejemplos de esos conjuntos apasionantes. La selección, probablemente hecha por la propia autora –¿y un curador competente?– es elocuente y permite apreciar la obra generosa en facetas múltiples. Es algo fundamental para la revelación de un artista.

Hemos recalcado que la obra de Isabel Muñoz es rica y compleja. Ella logra alcanzar un lirismo inesperado en ciertas imágenes metafóricas. Citaremos la magnífica estrella del Ballet nacional de Cuba, cual mariposa en el espacio, o, a su lado, la mano de otra bailarina, del Ballet de Camboya, que se metamorfosea en una flor –aquí la llamamos «cresta de gallo»–. Sabe igualmente glorificar la sensualidad, desde las estampas eróticas –algo apartadas como se hacía en las exposiciones de Mapplethorpe– hasta la curvilínea espalda provocativa de la cubana, los torsos musculosos o la pareja de tango. Esta pluralidad evidencia la amplitud, la soltura… y la fantasía también, en el arte de Isabel Muñoz.

Aquí pues, la realidad sobrepasa a la ficción, y la ficción sobrepasa a la realidad.

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