Cuestión de criterios

<p>Cuestión de criterios</p>

PEDRO GIL ITURBIDES
En medio de la voraz competencia generada por el intercambio comercial, las naciones de menor desarrollo relativo se obligan a incentivar subsectores de potenciales ventajas comparativas. De ahí la importancia de que la política fiscal sea componente indirecto de esos incentivos, ya que no podría ser un componente directo. En consecuencia, al margen de todos los demás argumentos esgrimidos por los interesados o por quienes hemos hablado del tema contra los esbozos de reestructuración de la política fiscal, me permito presentar éste.

El Gobierno Dominicano liquidó, en uso del peor de los procedimientos, la industria azucarera de propiedad pública. Los empresarios privados del ramo, empeñados en un proceso de reingeniería, podrían aumentar la producción y la productividad. El incremento, sin embargo, no suplirá la ausencia de los doce ingenios de propiedad pública. En sus mejores años éstos molieron diez millones de toneladas de caña con rendimiento promedio de hasta 12%.

Destartaladas la mayor parte de las instalaciones fabriles, ocupadas por particulares y por instituciones públicas las tierras, eliminado el sistema de transporte, la recuperación es costosísima. Por tanto, es improbable la potencial participación de éstos en el mercado productor no ya de azúcar sino de derivados, entre ellos, el alcohol.

Aún podemos pensar en las cosechas de café y cacao, sobretodo en la producción orgánica. También en cultivos de flores, vegetales hortícolas, musáceas (principalmente guineo orgánico), y tubérculos. Pero son iniciativas como la del mercadeo para la exportación de licores fuertes y cervezas, las que deben encontrar un punto de apoyo en el sector público. Porque estos sectores de producción generan un tipo de artículo aceptado por los consumidores en base a factores intangibles. No son vehículos automotores que deben lucir de determinada manera o tener un motor de determinado caballaje.

Pero al plantear esta iniciativa no hablo únicamente de estas bebidas. Las pongo como ejemplo porque en el competitivo mercado que han penetrado no hallarán parangón, en tanto mantengan calidad y suministro constantes. De igual manera podría el proceso extenderse a pulpas de frutas, frutas glaseadas, vegetales hortícolas procesados. ¿Quién dice que el aguacate tiene que exportarse tal cual nace en el árbol? ¿Por qué, los que no encuentran mercado para el consumo directo, no llegan a convertirse en aceite para la cosmética?

El problema es que no hay inventiva en aquellos que, en posesión de instrumentos impulsores del desarrollo, andan tomando medidas con metros y otras varas. Porque, ¿cómo explicar políticas públicas que en vez de afianzar el trabajo de penetración de mercados del exterior, debido a los empresarios privados, buscan frenar el éxito que han hallado esos artículos, sin posibilidad de competencia?

Las propuestas de nuevos gravámenes son un freno al quehacer productivo privado.

Constituyen un negativo mensaje al trabajo que genera riquezas. Explican la secular característica de gobiernos que empobrecen a sus naciones con el objeto de enriquecer a quienes manejan las herramientas de poder.

Son expresiones de un laborantismo de Estado más decidido a abrevar en la faltriquera de los ciudadanos que han labrado fortuna que a ayudar a quienes no la han conseguido.

Y por ello, precisamente, los países pobres son pobres.

Nuestras autoridades actuales debían impulsar a las empresas licoreras y cerveceras que, contra viento y marea, se han labrado mercado internacional. No es que se les dispense de los gravámenes que ya pagan, pues ese es el aporte que hacen al bien común. Pero luce desproporcionado pretender imponerles buena parte del peso de la carga pública, sólo porque el gobierno no quiere asumir una verdadera política de restricción del gasto corriente.

Por supuesto, tengo plena conciencia de que, cuanto planteamos es una cuestión de criterios. Mas el criterio que debía inspirar al buen administrador del Estado es el de que la estructura pública no está constituida para frenar el desarrollo de las gentes. Por el contrario, está pensada para impulsar la promoción del ser humano. Es, por supuesto, cuestión de criterio.

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