Cuestión de sexo

Cuestión de sexo

MARIEN A. CAPITÁN
Cuando era pequeña, y de eso hace ya algún tiempo, nadie hablaba de sexo. La palabra, prohibida a finales de los 70, era tan desconocida para mí como lo sería el significado de una raíz cuadrada, de una hipotenusa o una operación de álgebra: era cosa de grandes. Recuerdo, incluso, que mi padre tapaba nuestros ojitos infantiles en cuanto los protagonistas de la película que veíamos se daban un beso.

A veces, por aquello de que éramos tres, hasta cambiaba de canal. ¿Escenas con un contenido más sexual? Eso no existía. De hecho, creo que hasta que vi Top Gun, más allá de los trece años, nunca había visto besos encendidos o flirteos con cierta carga de sensualidad (después sería Dirty Dancing la que me asombraría).

De aquellos días, cuando la inocencia estaba de moda y las adolescentes se ruborizaban si un muchacho les daban un besito en la mejilla, es poco lo que queda. También del recato colectivo y social que, aunque tenía mucho de farsa y de doble moral, hacía que la gente –jóvenes y adultos- observara la compostura.

Al día de hoy vemos con mucho desagrado cómo nuestra sociedad se va degradando cada vez más y, en lugar de conformarse con darse un par de besos con un noviecito en la calle (en nuestra época ese era el único escándalo que podíamos ver), ahora aparecen chicas que tienen el «tupé» de montar un show lésbico en plena Abraham Lincoln.

Culpas y morbo aparte, todavía no puedo entender cómo un par de jovencitas se presta a hacer algo así. Amén de las preferencias sexuales, que eso no me importa ni me importará nunca, nadie tiene derecho a tomar la calle como colchón: los actos íntimos, de la naturaleza que sean, deben realizarse de puertas para dentro.

Lo que sucedió es de muy mal gusto. ¿Por qué obligar a los transeúntes y conductores a ver semejante espectáculo? ¿Cómo es posible que alguien pueda perder la vergüenza hasta ese punto? ¿Estarían borrachas, drogadas o demasiado bien pagadas? Sea lo que fuere, cosas así no se pueden repetir.

Aunque me da mucha pena por los padres de estas chicas, la verdad es que hay que ponerle coto a la situación. De no hacerlo, veremos cómo los actos de sexo explícito se reproducen en las calles de nuestra ciudad (ahora fueron chicas, mañana quién sabe).

También tenemos que sentarnos a pensar qué es lo que está llevando a los jóvenes de hoy a desinhibirse de esa manera. Para empezar, podríamos chequear el tipo de programas y películas a los que tienen acceso los niños de hoy.

Descontando la violencia –que es otro tema-, casi todo lo que se proyecta en la televisión (sobre todo si se tiene el cable) está permeado por el sexo. Salvando los programas muy muy infantiles, es muy difícil evitar que los pequeños se salpiquen con unas cuantas escenas sexuales.

Comenzar a sentir curiosidad por un mundo que les debería ser ajeno puede llevar a esos niños a cosas indecibles en el futuro. Sobre todo si, como suele suceder, los padres no están ahí para orientar a sus retoños. ¿El resultado? Imágenes como las que se vieron el sábado pasado en el programa de Nuria Piera.

Sin pecar de mojigata o de puritana (por supuesto, no encajo en ninguna de esas descripciones), me parece que no estaría demás que intentáramos lograr que la sociedad retroceda en el tiempo. Aunque con más orientación, para que las adolescentes sepan a qué a tenerse, me gustaría volver a los tiempos en que escuchar la simple palabra sexo nos sorprendía. ¿Más santos o más hipócritas? No lo sé. Sin embargo, no había escenas sexuales en plena calle.

m.capitan@hoy.com.do

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