PEDRO GIL ITURBIDES
Basados en que cuanto es del Estado es de todos, y por consiguiente, de nadie, quebramos los ingenios azucareros que fueron propiedad de Rafael L. Trujillo. Lo que no he podido comprender es la razón de la quiebra de Pringamosa y el cierre, inexplicable, de las modestas instalaciones del ingenio Cruz Verde. Y saco el tema a colación, pues hace poco se han publicado informaciones que obligan al país a cuestionarse respecto de sus inversiones en la caña de azúcar. Como sabemos, sembramos e industrializamos caña de azúcar desde 1508. Pero aún desconocemos el secreto del negocio.
De ahí que tengan que venir los Vicini de Italia, los Charles Bludhorn de Estados Unidos de Norteamérica, o los Teobaldo Rossell o Martínez Lima de Cuba, para enseñarnos sus secretos. Por ello el ímpetu de Nicolás Casasnova y los colonos que lo secundaron no logró que marchase el Pringamosa. Tampoco los colonos del ingenio Ozama o San Luis que se pelearon con el Consejo Estatal del Azúcar (CEA), tuvieron éxito con Cruz Verde.
Ahora leo que fueron requisados los ingenios Montellano y Amistad, por incumplimiento de las obligaciones económicas de sus capitalizadores. Pero en tanto ello se publica, el ingenio Cristóbal Colón, es sometido a reingeniería. Este central, de la familia Vicini, está sometido a proceso de reducción de costos, y adaptación de tecnologías que permitan aumentar la productividad, y la producción. En esa línea seguirán el Angelina y el Caei, de los mismos propietarios.
Pringamosa y Cruz Verde son experiencias desalentadoras. El primero, instalado en la jurisdicción del Municipio de Hato Mayor, logró un elevado financiamiento bancario. ¿Hasta dónde los promotores, mal acostumbrados por los vicios que se adoptaron en el CEA, fueron culpables de la quiebra?
¿Hasta dónde este cierre resultó, del abatimiento del grupo financiero que sustentó su instalación?
El segundo, en la jurisdicción de la Provincia Santo Domingo, es un misterio más complejo. Los colonos separados del ingenio Ozama obtuvieron apoyo de organizaciones de asistencia técnica y financiera de Alemania. De hecho, las maquinarias adquiridas por Cruz Verde se compraron en Costa Rica con el apoyo de sus colaboradores europeos. Los alemanes deseaban un productor de mieles orgánicas de azúcar de caña. La curación de éstas se realizaba con güázuma, mediante un proceso en el que se utilizaba la corteza de este árbol.
Estas mieles tenían un sabor intermedio entre el guarapo y las mieles finales. En principio tuvieron dificultades en el proceso de exportación, como es lógico en un país como el nuestro, en donde nos complace crear dificultades a cuantos deseen prosperar. El mercado dominicano tampoco les fue propicio. Al parecer, no se preocuparon por introducirlas al público, en donde las mieles finales resultado de la centrifugación se reputan como alimento con alto valor vitamínico, y medicinal.
¿Qué objetivo tuvieron sus propietarios? El propio de todos nosotros, a no dudarlo. Porque somos inconstantes en los empeños, poco perseverantes en la búsqueda de nuestras metas, y propensos a desanimarnos desde los primeros escollos. En cierta medida, Pringamosa y Cruz Verde reflejan esa dejadez tan propia de nuestras gentes, pero también, las congénitas dificultades del negocio de la caña de azúcar.
En una época en que tal vez necesitemos caña de azúcar, no tal vez para la producción del dulce, sino de alcohol, hemos abandonado los campos de cultivo. Pero también desvencijamos vías férreas para la transportación, cerrado los centros fabriles en los cuales se molía esa caña, y sustraído las tierras propiedad del CEA. Cuando se compara el panorama de estas experiencias locales con las vividas medio milenio antes, hemos de llorar por las cuestiones cañeras, como lo hizo Louis Méredic Moureau de Saint Mery, cuando recorrió el Santo Domingo español en 1756.