Cuestiones de óptica

Cuestiones de óptica

He estado viendo a todo el mundo, como es natural, como todos ven a los demás. Eso creí hasta el momento que por consultar un menú de restaurante que tiene letras muy pequeñas, me pongo los espejuelos, que son bifocales.

El aumento es mínimo, pero suficiente para modificarlo todo. Se me ocurrió que la sabiduría inconmensurable de Dios, por bondad, va haciendo que según pasan los años no vea uno tantos detalles que molestan la apreciación del conjunto, la visión del panorama. Había tenido la impresión de que se trataba de un local muy elegante. Ahora tenía otra idea.

Viendo las cosas con demasiado detalles empieza uno a encontrar defectos, aún en obras geniales. La belleza no resiste la extrema cercanía y la mirada escrutadora. Los exquisitos impresos a todo color se vuelven una confusión de puntos confusos. La bella madera que luce gallardamente vetas artísticas –como si se tratara de una enigmática caligrafía de la naturaleza– resulta que no es tan bella, lisa y perfecta como la vemos desde la distancia que borra minucias.

La mirada examinadora nos muestra manchas en el mármol blanco de la escultura genial, nos deja ver imperfecciones en la Basílica de San Pedro, en las niqueladas juntas de acero de un moderno rascacielos. Las obras maestras de la pintura pierden parte de su impacto cuando uno quiere ver más de la cuenta.

Las cosas del humano son imprecisas, cambiantes. Parece que la vaguedad es el hábitat del hombre.

Los niños y los jovencitos cuyos ojos funcionan óptimamente, miran y no ven, porque no fijan sus percepciones y hacen saltar la mirada de un sitio a otro con avidez, con la inquietud de atraparlo todo sin dilación.

Cuando el hombre logra capacidad analítica va perdiendo la capacidad de ver con la precisión justa para disfrutar, viendo hasta donde hay que ver para así disfrutar las maravillas de la Creación.

Recuerdo dos casos, hilarantes si se quiere, pero realistas.

Se trata de dos personajes muy distintos uno del otro –ambos fallecidos y recordados con cariño.

En cierta ocasión el gran pianista, poeta y escritor Manuel Rueda se paseaba una mañana por Nueva York con unos amigos y repentinamente exclamó: ¡Mira.. qué ciudad que está bella… tan limpia, tan rica en delicadas líneas que se mezclan y se recrean en colores pastel… parece envuelta en una bruma mágica! ¡Qué maravilla! ¡Cómo es posible… parece una pintura impresionista!

-Es que olvidaste los espejuelos –le dijeron, trayéndolo a la realidad.

A mi primo, José Manuel Machado, le aconteció algo por el estilo.

Fue a operarse de cataratas en Estados Unidos. Eligió un oftalmólogo de fama mundial. La operación fue todo un éxito. Cuando fui a visitarlo, recién llegado, lo encontré recostado en un diván, con cara de pocos amigos.

Le dije: -Primo, ¿y esa cara de enojo… viniste peleando? Me dicen que la operación fue un éxito.

-Eso fue un desastre –repuso. Antes yo creía que me veía mejor, pero estoy vuelto un viejo con la piel reseca, con muchísimos triangulitos, cuadraditos y arrugas…mejor estaba antes… Gastar tanto dinero para ver este disparate…

… Bueno… le dije… Cuestiones de óptica.

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