Cuestiones de una isla

Cuestiones de una isla

MARIEN A. CAPITÁN
Febrero apenas se estrena y, aunque nos recuerda que el año apenas se inicia, parecería que es bastante añejo. Con muchísimos temas sobre el tapete, el mes se estremece y ni siquiera sabe cómo arrancar. Por ejemplo, aún está decidiendo si quedarse en la República Dominicana real o marcharse a vivir para siempre en la isla flotante que pretenden construir para darle a nuestro querido Santo Domingo una imagen parecida a la que tiene la ciudad de Miami, en Estados Unidos.

Aunque bastante onírica, Febrero me comentó que la opción de mudarse para la isla realmente le emociona: así, me confesó, podría dejar de lado a esta convulsa sociedad y retirarse a un espacio que –se imagina– será limpio y agradable.

Espero que allí no puedan llegar las voces de la impunidad, de la corrupción y de la doble moral. Todo eso lo dejaremos detrás del puente que, por obligación, unirá a la parte vieja del país con la nueva, agregó después.

Febrero me obligó a pensar. Aunque vengan de fuera a «regalarnos» un pedazo de isla que seguramente será más chic, más cara, más espectacular y quizás hasta prohibitiva puesto que será levantada por capital extranjero, lo cierto es que no sé si las influencias locales no surcarán sus fronteras.

Desde que tengo uso de razón (si es que la tengo, vaya usted a ver) he visto cosas que me han hecho concluir que en este país la moral equivale a la cantidad de pesos que se tenga en el bolsillo y la decencia no es más que la forma en que un individuo dice que se maneja. En otras palabras, los actos que hablan son sólo los de los pobres jodidos. En la isla, ¿también será así?

Tampoco tengo claro que los habitantes y visitantes de la isla escapen de los efectos colaterales que la firma con el Fondo Monetario Internacional (FMI) pueden causar. Aquellos que, de aprobarse las nuevas emisiones de bonos en el Congreso Nacional, podrían ser más nefastos todavía.

Tal vez, pecando de muy, pero muy ilusa, esos mismos inversionistas que construirán la isla artificial se animen a subsidiar los costos del famoso metro que se quiere construir en la ciudad. De esa forma, aunque es innegable que hay que buscarle una solución a nuestro caótico tránsito, no tendremos que asumir las consecuencias que acarrearía el llevar a cabo tan ambicioso proyecto.

Hablando del metro, que al parecer podría ser subterráneo, se me ocurre preguntar si se ha pensado en la forma en que nos enloquecería hacer las excavaciones necesarias para construirlo. Amén de que es el tipo de metro más caro que hay, tengo otro motivo para dudar de su eficacia: en un país en el que se va tanto la luz, en el que no se respetan las instalaciones públicas, en el que todo se relaja y se descuida, ¿qué no podría pasar debajo de la tierra? Yo, la verdad, no me atrevería a adentrarme en las entrañas de un Santo Domingo en el que todo se puede esperar.

Regresando al asunto de la isla, sería interesante que al cruzar allí se olvide el significado del tráfico de influencias, el clientelismo, la retaliación, la avaricia, la arrogancia, la manipulación… que tanto daño le hacen a nuestra sociedad.

Aunque estoy segura de que esa isla flotante nos prestaría una imagen moderna y próspera, también estoy segura de que esa imagen sería tan artificial como ella misma: pasarán años antes de que este país dé el cambio que debe dar.

No basta con tener un presidente respetuoso, que hable bien y tenga una excelente imagen. Tampoco basta con las buenas intenciones que Leonel Fernández dice tener. Una sociedad no cambia a golpe de palabras. Esta sociedad necesita ser removida desde sus cimientos o, como la misma isla flotante, ser construida desde cero.

Tenemos que replantearnos lo que somos y lo que hacemos. No podemos seguir aupando a los que nos fastidian, aguantando sin quejarnos y viendo cómo se nos va la vida de las manos sin que hagamos nada para detenerla. Es hora de rebelarse, es hora de luchar por un país mejor.

m.capitan@hoy.com.do

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