Este país es mayormente un pueblo de creyentes: Cree en Jesucristo y su palabra contenida en la Biblia. Gente mansa y dispuesta a aceptar la autoridad legalmente constituida, la ley, el orden y las buenas costumbres, y aún arbitrariedades y autoritarismos, desmanes de nuevos ricos de políticos desaprensivos.
El pueblo creyente sufre en silencio porque ama la paz, siempre que no se vulneren los fundamentos de su fe; históricamente, ha estado dispuesto a asumir la defensa de sus creencias. Búsquese en Google la vida de miles y miles de mártires, incluso de personas de alto nivel social e intelectual que prefirieron, voluntariamente, morir de la peor forma de ultrajes y torturas, incluyendo la pira, la rueda y las fieras del circo de Roma, por no renunciar a su fe. También tomaron iniciativas como las Guerras Santas.
Aunque pocos parecen advertirlo, la paz social de nuestro país se debe mayormente a que más del 50% de los dominicanos adultos son creyentes firmes. Estos buenos dominicanos se mantienen calmos y esperanzados, actuando siempre con respeto a la ley y al orden; y son, tanto o más que los índices económicos, factores de estabilización nacional.
Sin embargo, pareciera que autoridades, sectores civiles y políticos, organizaciones o representantes extranjeros, no avizoran las posibles consecuencias de determinados abusos del poder político, y de la promoción de costumbres y usos adversos o extraños a las buenas costumbres nacionales; incitando, posiblemente, a manifestaciones públicas de nuestras gentes, de resultados no previsibles ni deseables.
Millones de creyentes humildes, clase medias y de élite, seguramente no aceptarán determinadas ofensas a la fe que los une y da fundamento y sentido a sus vidas.
Los que conocen a Dios, lo han visto históricamente emplear sus armas contra los que le adversan; tanto la espada, como el hambre, las plagas y epidemias. En el siglo pasado fuimos objeto de varias intervenciones e invasiones. El hambre, digamos, actualmente no afecta a muchas personas en nuestro país, es cierto; pero hoy día tenemos un número considerable de “hambres específicas”, carencias, inequidades y desbalances sociales de mucha delicadeza y cuidado. El ejemplo chileno, líderes del desarrollismo en la región, está a la vista. Las carencias y privaciones relativas, entendidas como injusticias sociales, cuando se mezclan con peculado y abusos de poder, y conductas indignas y provocativas contra los valores y creencias más sagrados de un pueblo, pueden ser peligrosas (para todos). También las pestilencias, que a menudo Dios permite, y que no deberían tener tanta propagación en nuestro país, como dengue, chikungunya y demás. También plagas modernas de tipo electrónico y cibernético, que contaminan sin control la familia y otros espacios relacionales mediante las redes.
Es de demandarse que las autoridades no estén distraídas o demasiado dedicadas a otros menesteres; ni que, inadvertidas de las consecuencias de permitir daños morales y materiales a mayorías nacionales, tengan luego la responsabilidad de lamentables acontecimientos, si no actúan con sapiencia, responsabilidad y sentido de oportunidad.
La palabra de Dios es fundamento, soporte y estandarte de esta nación.